Los impuestos son necesarios, pero cuanto menos asfixien a todos los ciudadanos, mejor que mejor. Habitualmente cargamos contra los paraísos fiscales. Con razón, ya que parasitan la recaudación impositiva de otras naciones donde la presión fiscal es muy superior. A veces asfixiante y confiscatoria. Sin embargo, no existe ni un solo paraíso fiscal donde la gente viva mal, con nula sanidad o educación o con escasas rentas que permitan a sus ciudadanos costearse las necesidades. De hecho, en estos países-garrapata se vive bastante bien, incluso a cuerpo de rey. ¿Y quiénes son los que deslocalizan en estos lugares sus capitales? Quienes pueden permitírselo. Así que esta ecuación demuestra tres cosas. La primera es que se puede vivir de lujo en lugares con nulos o muy bajos impuestos, Holanda es un ejemplo y ni siquiera figura en una lista negra pese a la escasa fiscalidad respecto al resto de socios europeos. La segunda es que cuanto más altos tengan los tributos los vecinos, mejor se vive en un paraíso fiscal. Y la tercera, quizás la más notable por lo que a usted y a mí nos corresponde, es que cualquier subida impositiva la acabamos pagando los “currantes”, los que cobramos una nómina y estamos bajo el radar de los recaudadores. A nosotros no nos sale a cuenta sacar nuestro dinero fuera y tampoco podríamos permitirnos un asesor competente de traje italiano que no nos dé gato por liebre.
Duque aspiraba a recaudar 23,4 billones de pesos (unos 6.302 millones de dólares) para mejorar el estado de las finanzas públicas y dar continuidad a los programas sociales para los más pobres, cuya demanda ha aumentado con la pandemia de covid-19. Sin embargo, ha tenido que dar marcha atrás. Rodeado de la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, y de varios ministros, Duque comunicó al país la retirada del proyecto “para evitar incertidumbre financiera”, pero en ningún momento se refirió a las decenas de miles de personas que salieron en los últimos cuatro días a oponerse a esta iniciativa, que pretendía ampliar la base tributaria y gravar con el IVA del 19 % los servicios públicos, entre otras medidas.
¿Ha sido la presión en las calles la que ha parado la reforma? Ni de lejos. Duque ha echado el freno porque simple y llanamente se trataba de una pésima idea. Para empezar, porque de lo que se trataba no era de engordar los programas sociales sino el estómago del Estado, un monstruo cuya voracidad es insaciable. Y es que quienes más están sufriendo los estragos de la pandemia no necesitan un frenazo económico, que es lo que motivaría empíricamente una subida de impuestos, sino una bajada de los mismos que reactive la actividad y ponga más dinero en los bolsillos de los ciudadanos. Porque cuanto más dinero nos dejan, más gastamos, ahorramos e invertimos, lo que genera a su vez mayor recaudación. ¿Y qué genera el crecimiento? Empleo de calidad, que es lo que necesita cualquier país.
Lo fácil para cualquier gobernante es apelar a la redistribución de las rentas guiada por el “papá Estado”. Lo complicado es crear riqueza para todos. Colombia tiene demasiados paraísos fiscales a un paso como para permitirse una huida masiva de capitales. ¿Quiere más recursos para todos, Señor presidente? Pues baje los impuestos y atraiga capital. Deje respirar a la clase media y haga volver a los ricos. Verá cómo todos se lo agradecen, incluidos los que tampoco tributan por abajo