El viaje a China ha sido uno de los logros más importantes del gobierno de Duque al concluir el primer año del cuatrienio. Los acuerdos con el régimen de Xi Jinping, para repatriar prisioneros colombianos, incrementar el comercio y hasta vender aguacates (sin dejar de producir petróleo), marcan un hito en las relaciones con la potencia oriental y en lo que debería ser el comienzo de una temporada de realismo político, que ojalá también produjera efectos en el escenario nacional.
Pero a Duque no le perdonan sus críticos alucinados esa aproximación al gigante asiático. Les parece contradictorio que negocie con un gobierno comunista. Como si no hubiera abundantes ejemplos de aproximación de posiciones ideológicas antagónicas si se trata de asegurar unas relaciones globales pacíficas y provechosas: Trump se saluda con el dictador norcoreano Kim Jong Un, Putin sale estrechando la mano del presidente estadinense y conversando con el Papa Francisco. Y hace pocos días, en Argentina, durante la cumbre de Mercosur, Macri le dio bienvenida cordial a su antagonista Evo Morales, quien trató de hermanos al mismo Macri y al mandatario brasileño Bolsonaro.
El politólogo Hans Joachim Morgenthau expuso seis elementos constitutivos de su teoría del realismo político: “El rasgo principal del realismo político es el concepto de interés, definido en términos de poder que infunde un orden racional al objeto de la política, y de ese modo hace posible la comprensión teórica de la política. El realismo político hace hincapié en lo racional, lo objetivo y lo no emocional”.
Cuando la China de Deng Xiao Ping inauguró la economía socialista de mercado, con el beneplácito de Estados Unidos (Kissinger, Nixon), empezó a acercarse a Occidente, fue el despertar del gigante dormido que decía Napoleón, pero no cedió ni un gramo de la unidad monolítica del comunismo. Semejante ejemplo de realismo político marcó una nueva era en la geopolítica.
Duque ha sido objeto, en el primer año, de una enconada y visceral estrategia de descrédito, orquestada por políticos y columnistas que boicotean la formación de una opinión pública ponderada y sensata. Entretienen a la gente con cuestiones insustanciales y la empujan a leer titulares impactantes y noticias de farándula, para que no vaya al fondo de los hechos ni lea e interprete la verdad y el sentido del aquí y ahora del discurrir informativo.
Muy conveniente sería si Duque aplicara el realismo político en las relaciones con un sector de sus opositores y, sin ceder ni cinco en su proyecto de reconstrucción jurídica de la nación ni reincidir en la nefasta mermelada santista, acordara una coalición definitiva para salvaguardar la gobernabilidad. ¿Qué espera el presidente colombiano para desarmar a sus detractores encarnizados y proceder con criterio realista en defensa del interés nacional?.