Lástima que algunas personas solo conozcan de Rainer Maria Rilke su famoso libro Cartas a un joven poeta, el cual, tal vez, han leído por obligación en el colegio o por una simple referencia de alguien que confía en las claves secretas de los escritores para volverse aprendiz de poeta.
Desde luego, este librito no es un manual y hay cosas valiosas para escribir literatura. No es la voz final, no es un decálogo ni un instructivo de riguroso seguimiento. No garantiza nada, lo único que brinda son unas cuantas reflexiones que pueden retumbar en la memoria de aquel que en la búsqueda de justificar su joven oficio de escritor se repite fragmentos como los siguientes: “Es suficiente sentir que sin escribir sería posible vivir para no deber hacerlo en absoluto”. Y este: “Nosotros sabemos poco, pero que debemos mantenernos en lo difícil es una certeza que no nos abandonará; es bueno estar solo, pues la soledad es difícil; que algo sea difícil debe ser para nosotros un motivo más para hacerlo”.
Y aquí es a donde quiero llegar. Rilke aprendió lo difícil de uno de los grandes escultores: Rodin, a quien conoció y admiró como si fuera un dios. Con él mantuvo una interesante correspondencia y aprendió que solo el trabajo y la disciplina son las únicas posibilidades para crecer cada día. ¿Cómo se debe vivir?, le preguntaba angustiado Rilke a su maestro. “Trabajando, trabajar es vivir sin morir”, le respondía el hombre que alguna vez le escribió que “los semidioses suelen tener debilidades de mortales”. Solo trabajando se crea, solo trabajando se entiende.
Rilke hizo con las palabras lo que Rodin hizo con sus esculturas. No fue un camino fácil, la angustia siempre lo persiguió; sin embargo, fue esa paciencia del artesano la única culpable de que podamos leer obras como el Libro de horas, Nuevos poemas, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge y Elegías de Duino.
Un escritor es más que su libro más famoso y no siempre la obra que más vende es la mejor. Al gran escritor lo reconocemos en toda su obra, incluso en los intentos fallidos. Las obras “simples” o populares deberían ser la puerta de entrada para conocer en profundidad los secretos de la escritura de quien admiramos, aunque, a veces, logran el efecto contrario. He conocido algunos timadores que se quedan hablando como “maestros” desde un único referente, desde el lugar común. Pareciera que nunca el bicho de la curiosidad los incitara a conocer el tuétano de la escritura de aquel al que creen admirar. Hablar con seguridad de poco es fácil, pensar en lo difícil no es un ejercicio constante. Morder el anzuelo en literatura es una condición, luchar como un pescador aguerrido para entender las turbias aguas de algunas obras difíciles también debe ser un compromiso del lector. La literatura es uno de los tormentos más deliciosos de la vida. Rilke sabía muy bien a qué se enfrentaba con esto