Colombia está viviendo, desde que se agravaron las cosas en Venezuela, una situación inédita en su historia, la migración hacia el interior de nuestras fronteras. Tradicionalmente, hemos sido un país cerrado y por diferentes razones no fuimos receptores de la migración europea de finales del siglo XIX y principios del XX y, en ocasiones, hemos sido francamente hostiles a los migrantes como en el famoso episodio cuando López de Mesa se opuso a la entrada de un barco cargado de judíos que huían del nazismo o cuando, con argumentos racistas, se rechazó la entrada de inmigrantes chinos.
A pesar de todas las particularidades de la migración venezolana no debemos perder de vista que hacemos parte de un fenómeno global que se viene expandiendo. De hecho, para algunos el siglo XXI puede llamarse “la era de la migración” esencialmente porque sus cerca de veinte años de edad hay más migrantes que nunca. En efecto, según la Organización Internacional de Migraciones (OIM) se estima que en 2015 había aproximadamente 244 millones de migrantes internacionales en todo el mundo, lo que equivale al 3,3% de la población mundial de un poco más de 8 mil millones de personas.
Esa tendencia no va a cambiar y, por el contrario, se espera que los migrantes internacionales se incrementen en el futuro como consecuencia de los factores demográficos, las disparidades económicas y los efectos del calentamiento global. Con lo cual el gran desafío de los organismos internacionales y de los países involucrados es entender la migración, los flujos de los migrantes y las consecuencias de su acogida.
Uno de sus aspectos a entender es las consecuencias de la migración sobre la transición demográfica, definida como el proceso de desaceleración del crecimiento de la población que viven las sociedades a medida que se desarrollan y que está asociado con reducciones de las tasas de natalidad y mortalidad, con consecuencias en el tamaño de la población, sus estructuras de edad y distribución espacial.
Sin embargo, la evidencia muestra que, aún si la migración es masiva, no tiene la capacidad de modificar las tendencias a largo plazo de la transición demográfica; sus efectos son más bien de muy corto plazo sobre el mercado laboral. Esto se ha estudiado en los casos de migración interna del campo a la ciudad, específicamente en Japón y Corea, países muy cerrados a la migración internacional. Se encontró que el paso de poblaciones rurales con alta demografía a las ciudades llevó a que se profundizara la tendencia a la reducción de la tasa de fertilidad paralelamente al descenso de la mortalidad.
En ese orden de ideas, Colombia, con una reducción enorme de la mortalidad y de la tasa de natalidad en las últimas décadas y con una rápida urbanización, no puede esperar milagros de la migración de 1,2 millones de venezolanos. La llegada de esa población afecta el mercado laboral en el corto plazo, pero no nuestra transición demográfica y, poco a poco, iremos envejeciendo.