Querido Gabriel,
“¿Conoces la diferencia entre reaccionar y responder?”, preguntó Etienne. Sonreí mientras me contaba de nuevo la historia de La Bella y la Bestia. “¿Cómo ganarle a la Bestia? ¡Transformándola en príncipe, no atacándola!”. “¿Y eso cómo se logra? ¡Despertando a la Bella!”. “Es el amor de la Bella el que transforma a la Bestia”. “Recuerda que todo príncipe es un sapo bien tratado”, sentenció.
Una reacción es una “acción que se opone a otra”, dice el diccionario. Responder, en su primera definición, es “contestar para resolver”. ¿Examinamos juntos la sabiduría de ese hermoso cuento de hadas francés? ¿Conversamos sobre cómo responder, y olvidamos por un momento las reacciones? Recuerda, además, que todos somos, a veces, la Bestia, pero igualmente, dentro nuestro vive, esperanzada, la Bella.
Para reaccionar, solamente hace falta fuerza. Para responder, sin embargo, es necesario comprender, y solo hay comprensión si hay escucha y respeto. Si vemos enemigos, creamos enemigos. Si solo ponemos atención al lado violento, no veremos a esos jóvenes anhelantes, a esos artistas insatisfechos, a esa gente de la clase media que emerge con fuerza. “Todo conflicto surge de una perspectiva que es acallada”, escuché una vez en Irlanda del Norte.
Te sugiero un punto de partida para nuestra reflexión. Hace unas semanas, Invamer, Raddar y Comfama presentaron los resultados de la Encuesta Mundial de Valores, que nos permite comprendernos más allá de las coyunturas. El trabajo tiene, incluso, un foco en la clase media, un grupo frágil aún, apenas consolidándose, pero ya mayoritario y fundamental para el futuro. ¿No crees que a los líderes nos serviría mucho escuchar mejor y estudiar este documento, para que el miedo no tome decisiones por nosotros?
Los colombianos de hoy quieren educar a sus hijos en buenos modales, tolerancia y sentido de la responsabilidad. En los 90 preferían las tradiciones y la religión. Valoran el ahorro y el trabajo, que un 97 % consideran importante. 9 de cada 10 piensan que Dios es importante en su vida, pero la afiliación religiosa viene bajando consistentemente. ¿Estamos en un país más moderno, muy espiritual y menos religioso? 6 de cada 10 están preocupados por el fin del proceso de paz, en contra las narrativas de los medios. Confían plenamente en la familia, pero apenas 5 de cada 100 lo hacen en los desconocidos. En cuanto a las instituciones, el 88 % de los encuestados piensa que el Estado es corrupto, y una mala sorpresa es que ¡el 68 % piensa que los ejecutivos de negocios lo somos! ¿Hablamos urgentemente sobre cómo construir confianza, entre nosotros y hacia las instituciones?
¿No será que la clave está en comprender la clase media? Son los menos religiosos, muy educados: la mitad lograron ya su educación terciaria; se sienten políticamente de centro, son cada vez menos machistas y les preocupa inmensamente la educación de sus hijos. Prefieren cuidar el medio ambiente al desarrollo económico, si es necesario escoger. “La clase media es la más estable, democrática y proclive al desarrollo sostenible”, dice Andrés Casas, el investigador principal. Pero necesitan que esa democracia les funcione. Tal vez por eso comienzan, gradualmente, a desconfiar de ella.
Reconciliar, dice mi diccionario favorito, es “volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”. ¿No es eso lo que queremos todos? Hablemos de escuchar en vez de reaccionar, tal vez sea por ahí. Por eso, te propongo que inspiremos nuestra tertulia en ese antiguo cuento oriental en el que el discípulo le pregunta al maestro por la clave de la más alta sabiduría y este le responde contundentemente, escribiendo en el suelo, con una brocha, una sola palabra: “¡Atención!”.
*Director de Comfama