La semana anterior fue la audiencia pública de revocatoria del alcalde, y “sorpresivamente”, cambiaron las reglas a último momento, impidiendo que ciudadanos en su contra se expresaran.
Como ha querido ver el alcalde y sus secuaces, este llamamiento a revocatoria no es una revancha política ni una mirada al pasado. Es una invocación a asegurar el futuro de la ciudad, que en sus manos todos los días es más sombrío.
Medellín ha sufrido cosas terribles por culpa de la complicidad e indolencia de ciudadanos y dirigentes; no obstante, también ha avanzado mucho en otras, gracias a que alcaldes anteriores, en distinta medida, comprendieron que el progreso de la ciudad estaba asociado con la construcción y fortalecimiento de un aparataje institucional serio y profesional. Pero la llegada de un engreído inexperto, astuto mas no inteligente, camaleónico y poco confiable personaje, pone en riesgo la continuidad de esa capacidad institucional, cuya inercia funcional explica por qué Medellín no se ha deteriorado más.
Tiene muchas de las características de la mediocridad soberbia y usa hábilmente las mañas de la ineptitud con aspiraciones. Como de verdad no sabe qué hacer, la opción típica del mediocre es calificar de malo y corrupto a todo lo previo, y anunciar que será él el salvador ungido que “defienda a los pobres”. Aunque nunca sustentó cómo y qué iba a hacer, sino que tiró globos bautizados con nombres engañabobos como “Valles de Software”, que no son sino gas. Pregona haber gastado millones en cosas que la institucionalidad de la ciudad sabía que había que hacerse, y no él. Se ufana de haber creado una “aplicación” para combatir la propagación de la Covid-19, que resultó tan buena que muy tempranamente terminó infectado. ¡Gran logro! Pero como los parásitos, no produce nada valioso. Lo bueno que esté pasando es en gran parte debido a lo que los ciudadanos hayan hecho y a sus instituciones. ¡Él no ha hecho nada!
Como mediocre, apela a la victimización, proclamándose como superado social, cual versión millennial de Marco Fidel Suárez, que de barrio humilde llegó a ser alcalde. Nadie le quita sus “logros”, pero eso no califica para ser dirigente, y más aún, hacerse ver como “víctima” no mejora moralmente a una persona.
La única “institucionalidad” que ha creado es una red familiar o parentela que está poniendo sus garras sobre el presupuesto municipal, empeñada en dinamitar, no dinamizar, la verdadera institucionalidad previa, que es la que le da los recursos para que haga lo poco que hace y cuya inercia funcional impide que la alcaldía haga más torpezas.
Nada justifica la postura irresponsable de quienes otorgan plazos inmerecidos a cosas y personas peligrosas, pues eso no es benevolencia, es “complicidad”. Es posible que este alcalde no acabe de destruir la ciudad, pero como sucedió en Bogotá, se asegurará de dejar sucesores para que terminen de hacerlo y garanticen que sus miserias no serán expuestas ni juzgadas. ¡Hay que revocarlo!