Querido Gabriel,
La noche anterior había dejado unas (pocas) cosas listas para la partida; vestido de baño, unas camisetas, mapas y algún libro. Muy temprano me animó el ruido del motor del Renault 18 de Eduardo cuando llegó a la portería para recogerme. El destino pudo haber sido Villa de Leyva, San Bernardo del Viento, el Parque de Los Nevados, el Cocuy o el Magdalena Medio; ya ni me acuerdo de cuántas veces se repitió, durante nuestra época universitaria, esa emoción anticipatoria de los verdaderos viajes.
Los viajes por tierra, además, nunca son demasiado largos. ¿Qué río es ese?, preguntaba alguno. Sigue un pueblo con una historia muy particular..., comenzaba a contar el otro. ¿Paramos a comprar frutas?, sugería el más curioso. Tomemos esta foto, decidía el más artista. Teníamos conversaciones sobre nuestras lecturas, viajes anteriores o futuros y, por supuesto, también sobre amor y desamor. Había, además, ratos de nutritivo silencio acompañados por el sonido del viento. ¿Hablamos sobre viajar por carretera como experiencia existencial y como metáfora de nuestra vida?
Un verdadero viaje es, ante todo, un viaje interior. Por esto, es fundamental estar dispuestos a mirarnos, a escucharnos y a divagar por los recovecos de nuestro espíritu sin muchas expectativas. La vía puede convertirse en una meditación. Los árboles, los ríos, las montañas y las planicies son el reflejo del paisaje interior que contenemos. Una jornada en la ruta puede marcar una transición de vida, el comienzo de un nuevo proyecto, o engendrar el momento de inspiración que tanto hemos esperado. Bienvenida, desde luego, una lista de canciones para hacernos compañía; tendrá valor cuando suene y también cuando deje de sonar.
Viajar por tierra es una magnífica oportunidad para contemplar el mundo. Kundera escribió que la humanidad había perdido irremediablemente algo esencial cuando cambió los caminos por las autopistas. En algún ensayo aludía, nostálgico, a ese contacto físico y casi íntimo de nuestros pies con los antiguos senderos. Sin embargo, un buen road trip, que bien puede ser en bus, en bicicleta e incluir caminatas, permite esta conexión. Nos aporta, por otro lado, una panorámica excepcional. En pocas horas se puede percibir los matices naturales y sociales de un país. Lograremos, si observamos con atención, comprender hasta la historia geológica del territorio. Viajar por carretera es una oportunidad para conectarnos con el magnífico planeta del cual hacemos parte.
Finalmente, te pregunto. ¿No crees que en la mayoría de los viajes es mejor ir acompañado? Habrá cuidado mutuo, será una dicha conversar o callar juntos, turnarse para manejar y aprender a escuchar la música de los otros. Es esencial, tanto en la vía como en la vida, elegir muy bien la compañía y disfrutarla mucho. Un buen road trip no solo nos ayuda a comprendernos mejor, sino a develar, también, en alguna medida, a todos aquellos con quienes compartimos el viaje. Te comparto, a propósito y para provocar la tertulia, estos versos de la Edda poética, de “Hávamál”, que me encontré precisamente en un viaje por las rutas de un país vikingo: “Es verdaderamente sabio / aquel que ha viajado lejos / y conoce las formas del mundo”