La marca más poderosa de la industria automovilística atraviesa, como todo el sector, tiempos turbulentos. Las ventas se han contraído por la transición eléctrica, el impacto del “diélselgate” y, ahora, del coronavirus. Sin embargo, Volskwagen, emblema de la poderosa industria teutona, guarda un as en la manga. ¿Un modelo híbrido del Polo que vuela? ¿Un Golf cabrio enchufable con una autonomía desconocida hasta la fecha? ¿La versión sumergible del T-Roc o un Tiguan que se transforma en caravana? Nada de eso. La respuesta se guarda bajo llave en las cocinas de sus comedores fabriles.
La enseña de Wolfsburgo, que vendió 11 millones de coches en todo el mundo en 2019, ha visto cómo el negocio se ha reducido en el primer semestre un 27,4 %, con 3,9 millones de vehículos colocados en el mercado entre enero y junio. El bajón se ha traducido en una pérdida neta atribuida de 1.200 millones de euros, aunque Volskwagen ha anunciado resultados positivos para final de año. ¿Cómo es eso posible? La respuesta es que Volkswagen es mucho más que el mayor fabricante de coches del mundo. De hecho, fabrica ahora mismo más salchichas que coches.
Las salchichas de Volskswagen comenzaron a fabricarse en 1973 para nutrir el desayuno de los trabajadores alemanes en las plantas de la marca. Nacieron con el sello “item no. 199 398 500 A”, utilizando el mismo sistema de numeración que las piezas de sus coches, pese a tratarse de un producto comestible. Y muy rico. Tanto que se venden más de 7 millones de paquetes. La prueba es que en el norte de Alemania es fácil encontrarlas en las tiendas de alimentación.
Hoy en día 30 cocineros se dedican a fabricar 18.000 de estas salchichas al día con una receta secreta en la que a la carne de cerdo se le añade algo de curry, pimienta y jengibre. Hasta hay un ketchup especial para aderezarlas que también lleva el emblema de Volkswagen. Además, estas currywurst son más sanas que otras, según los cocineros de la marca, con un contenido en grasas de tan solo el 20 % por el habitual 35 %.
Pero Volskwagen no es la única marca del grupo con una “división” alimentaria. Porsche se lanzó recientemente a la venta de miel ecológica. Ahí es nada. La marca deportiva dispone de un programa de sostenibilidad que sacó en verano de 2017 una miel producida dentro de sus instalaciones. La primera remesa del manjar, obtenido de flores de Lima bajo la marca Turbienchen, fue producida por 1,5 millones de abejas que tienen sus colmenas en el área de pistas todoterreno dentro de la fábrica de Leipzig. El éxito del lanzamiento hizo que Porsche ampliara el asentamiento de colonias de abejas para ampliar la producción.
Las acciones del grupo germano cotizan hoy sobre los 140 euros, 30 euros por debajo de su valor pre-pandemia. Una caída tan leve como para convertir a este conglomerado industrial en un valor refugio menos volátil que el oro.
Y es que la diversificación es un seguro de supervivencia. Por eso las naciones donde el monocultivo petrolero o de materias primas es el único sustento o aquellas que viven solo de las finanzas, del turismo o no disponen de industria y tecnología son carne de cañón en tiempos turbulentos. Motores y salchichas, esa es la clave.