Trump no salió de la nada. Cuando fue elegido presidente era un empresario como casi todos los empresarios. Hoy es un símbolo mundial. ¿Por qué? ¿Quién engendró esos cuernos, esos gorros de oso, esos rifles, esos uniformados mofletudos y blancos con cachetes colorados?
Pues esta horda es parte de un país partido por la mitad. Ese medio país dormía, mascullaba su odio a solas. Cuando apareció el color zanahoria de Donald en la política, él sin ser político olfateó que esta gente quería ser grande de nuevo. Entonces les dio gusto, sopló las cenizas todavía entre chispas.
Los granjeros de estados al sur, donde hace siglo y medio había esclavos, añoraban esa facilidad. Los viejos soldados, que luego levantaron un imperio, soplaban los cañones de sus fusiles aún humeantes. Los predicadores, que incendiaban aquellos fuegos, recordaron lo punzante de su divino verbo.
Trump les cayó de perlas. Les recuperó el orgullo y les hizo soñar con la resurrección de sus glorias. Para lograrlo pateó las solemnes organizaciones orbitales fundadas después de la Segunda Guerra Mundial, les quitó los fondos, las desprestigió.
Impulsó el honor de guardar armas en el clóset y de ensayar el tiro al blanco sobre blancos que no fueran blancos. Se puso del lado de las rodillas policiales que apagaban el oxígeno restante en el pecho de los negros. Se burló de los defensores de cuanta causa políticamente correcta iba apareciendo: feministas, LGBTI, proaborto, anticalentamiento global.
Ese medio país quería regresar a los buenos tiempos del lejano oeste, cuando los indios se prestaban para ser masacrados en las películas. Y cuando las plantaciones de algodón abastecían al mundo con sudor de esclavos. Cuatro años le bastaron a Trump para envalentonar a más de setenta millones de jinetes del apocalipsis.
Hoy, luego del asalto peludo y descamisado al palacio de las leyes, el planeta se espeluznó y llegó a la redentora conclusión de que hay que salvar a los gringos, de los gringos. Allá el enemigo está adentro, tal vez en la casa de al lado. Mostró apenas sus cachos, quién sabe con qué embestirá la próxima vez.
Trump es apenas un catalizador, el elemento químico que sacó a flote la sustancia maluca. Los desamparados gringos tendrán que defenderse de esa sustancia que lleva su mismo ADN