Por encima de la dimensión política está la consideración humana. Lo recordó la semana pasada Íngrid Betancourt, hecha un mar y joven como nunca. Lo había rescatado Jorge Zalamea hace más de medio siglo, en su libro “Poesía ignorada y olvidada”.
En su pesquisa por todos los pueblos de todos los tiempos, encontró un conjuro incluido en la epopeya finlandesa “Kalevala”. Es una composición mágica para cicatrizar heridas. “En poesía no existen pueblos subdesarrollados”, subraya Zalamea. En aquella época Finlandia era un país subdesarrollado, como la feroz Colombia de hoy.
“¡Sangre, deja de correr,/ de esparcirte en gruesos borbotones,/ de inundarme como un torrente,/ de rebotar contra mi flanco!”: así comienza. La escena habría saltado sobre los mares y los siglos, para acontecer en el río Cauca donde flotan, ahora como antes, los muertos tajados de nuestra ignominia.
El poeta medieval continúa tuteando al chorro rojo, igual que si se dirigiera a un amigo: “Pero si te domina el deseo/ de brotar más rápidamente,/ circula al menos por la carne,/ lánzate entre los huesos.” Ese amigo líquido parece tener libre albedrío y ganas de correr por cauces que no le corresponden.
¿Quién punzó la velocidad de esa sangre? En aquella Finlandia campesina pudo ser una garra en cacería, una caída accidental o un lance de duelo con vecinos. Entre nosotros, ya sabemos, es cualquiera de los ejércitos que mata y triza por ayudar al pueblo o al que tiene mucha tierra o al gobierno que sirve a los traficantes.
“Ciertamente es mejor para ti/ y más bello perdurar bajo la piel,/ murmurar en las arterias,/ lanzarte entre los huesos/ que esparcirte por tierra/ y arrastrarte entre la inmundicia./ Leche no corre por el suelo,/ ni sangre inocente por la pradera, /ni belleza de los hombres entre la hierba”. Así, primero con invitación a la estética y luego como proclama de justicia, el “Kalevala” asigna una proporcionada gradación a los silogismos del comportamiento.
Una vez puestos en su sitio pertinente los factores del desastre, el conjuro termina dando órdenes: “En el corazón está tu sitio,/ tu caverna debajo del pulmón./ Vuelve allí rápidamente,/ retorna allí sin demora./ No eres río para fluir,/ ni lago para expandirte con fuerza,/ ni fuente para brotar así,/ ni vieja barca que hace agua”