Por Daniel González Monery
moneri11@hotmail.com
U. del Atlántico. Licenciatura en Ciencias Sociales. 8° semestre
Santrich no se voló, lo dejaron ir. Cuando lo liberaron todos en Colombia sabíamos cuál sería el siguiente capítulo de esta tragicomedia. Si a un delincuente pedido en extradición por los Estados Unidos se le da la posibilidad de irse, evidentemente lo hará. Más cuando se sabe acorralado y solo.
La orden de captura que emitió la Corte Suprema de Justicia en su contra es solo el más reciente capítulo de la novela que se inició hace unas semanas cuando el exjefe guerrillero evadió su esquema de seguridad y, hasta hoy, se esfumó con paradero desconocido. ¿Estará con sus partidarios en Cuba o Venezuela? “quizás, quizás, quizás”.
Está claro que su esquema de seguridad, que gracias a los acuerdos de La Habana está conformado mayoritariamente por «personas de confianza del partido Farc», no se dedicaban a retenerlo o a vigilarlo como un delincuente. Son sus empleados, hacen lo que él diga y estaban ahí para cuidarlo de posibles amenazas, no para impedir que se fuera. Es absolutamente ridículo que alguien afirme que un discapacitado visual, con más de 50 años, logró salir sin que su enorme esquema de seguridad se percatara. ¡Inaudito!
“Era una fuga cantada”, oí repetir a decenas de personas. Y es verdad. A un mafioso como Santrich, expuesto a ser extraditado a Estados Unidos, no se le podía regalar la oportunidad que la Sala Penal le dio con negligente ingenuidad. El guerrillero logró escapar del castigo que muchos colombianos queremos que tenga. Santrich no es tonto. Sabe que su fuga afecta a los defensores del proceso de paz. Sabe que el gobierno piloteado por Uribe sacará renta de este episodio.
Sabe que su cadáver sería un formidable trofeo para un gobierno hundido en las encuestas. Desde su liberación, Santrich se dedicó a planear su fuga. Se esfumó porque sabe que el proceso que se le adelanta tiene sustento sólido y legal. Cuando se tiene la certeza de la verdad, se domina la situación; si los cargos no fueran ciertos, nunca se hubiera fugado. De presentarse, tenía claro que sería extraditado y el único que tenía la seguridad de que eso sucedería era él. Antes de enfrentar una condena de no menos de 30 años en una fría cárcel gringa en las que hasta un ciego ve la oscuridad, Santrich no tuvo opción, era él o poner la cara por el partido Farc. Finalmente mostró lo que es.
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