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En medio de las pavorosas inundaciones provocadas por el ciclón Idai, que arrasó las costas de Mozambique y otros países de África con una furia sin precedentes dejando a su paso centenares de muertos, una mujer dio a luz a una niña, aferrada a las ramas de un árbol de mango al que trepó con su pequeño hijo después de que el agua se llevó su casa.
Sara, la niña, nació al amanecer del 14 de marzo, cuando la inundación todavía no había cedido y Amélia, su madre, ya llevaba dos días en lo alto del árbol suplicando a sus dioses que el nivel de las aguas bajara. Finalmente, unos vecinos la ayudaron a descender y la acompañaron hasta un refugio cercano en el distrito de Dombe, en Mozambique.
Así lo informó el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia ―Unicef― en un boletín de noticias dedicado a celebrar la valentía, el coraje y la solidaridad con que la gente de África ha enfrentado esta desgracia y ha auxiliado a otras madres que ―como Amélia―han dado a luz bebés sanos y hermosos en medio del caos provocado por el ciclón. “La adversidad ha sacado a relucir lo mejor de sus valores”, dice el boletín.
Según la ONU, este es uno de los peores desastres relacionados con el cambio climático en la historia reciente de África. El número de muertos provocados por el ciclón supera los 800. Solo en Mozambique, el número de víctimas mortales se elevó a 600 y más de 1 millón 900 mil personas resultaron afectadas. De ellos, 1 millón son niños. En Zimbabue hubo 181 muertos más, y en Malawi, al menos 59.
La madre de Sara es una madre soltera que no sabe su edad. La mujer dijo a los funcionarios de la Unicef que cuando empezó el ciclón ella estaba en su casa con su pequeño hijo de dos años.
“De repente, sin previo aviso, el agua comenzó a entrar y no tuve más remedio que trepar a un árbol de mango. Luego, vino el dolor del parto y no tenía a nadie cerca para ayudarme. En unas pocas horas di a luz a mi bebé, agarrada de las ramas del árbol. Después de su nacimiento, pasaron dos días más. Estaba completamente sola con ella y con mi hijo. Apenas el agua lo permitió, unos vecinos me ayudaron a bajar y llegamos a este lugar”.
El lugar es el centro de alojamiento de la ONU en Nhamhemba, que hoy da refugio a unos 3 mil sobrevivientes de la catástrofe en el distrito de Dombe, en la provincia de Manica, en Mozambique, un extenso valle de unos 80 kilómetros irrigado por varios ríos que, debido al ciclón, se salieron de su cauce y lo inundaron violentamente.
Tres semanas más tarde, Sara parece estar bien a pesar de su increíble forma de llegar a este mundo. Según la Unicef, ella está siendo amamantada constantemente por su madre, que ha recibido la solidaridad de miles de madres en el centro de refugiados.
En tiempos de grandes calamidades, los detalles más pequeños pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte, cuentan los periodistas que han cubierto la catástrofe. Lo que salvó a Amélia y a sus hijos fue el conocimiento de que otros árboles de esta región, como los cauchos, se vuelven resbaladizos cuando están mojados por las lluvias. Los árboles de mango, en cambio, tienen una corteza corrugada que permite que la gente se agarre de ellos.
La historia de Amélia y su hija me hace pensar que son sabias las palabras de Florentino Ariza, el personaje de “El amor en los tiempos del cólera”: es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
