Hace mucho tiempo visito al menos una vez al año Isla Fuerte, una pequeña isla que pertenece a Cartagena. Un lugar mágico para recargar las energías, gracias, por un lado, a un paisaje que permite una verdadera desconexión del día a día y el estrés que traen las grandes ciudades; y, por otro, a sus habitantes, un grupo reducido de isleños, gente buena y trabajadora que sabe vivir sin los afanes que la vida moderna nos impone. Me impresiona, más que nada, que estas personas hayan aprendido a valorar la simplicidad de su vida, y a encontrar la felicidad lejos de afanes consumistas. Para la gran mayoría el mar es su cómplice, donde igual se refrescan o consiguen su alimento. Quizá la clave de su plenitud esté en dejarse sorprender por la exuberancia de la naturaleza, por el milagro de la vida.
Lo anterior no exime que hoy la mayoría de los isleños se sienten decepcionados por el abandono estatal al que están sometidos. Si bien han aprendido a vivir y a disfrutar de lo esencial, sienten que en algunos aspectos ni eso tienen. Veamos por qué. En la isla solo hay luz de día, el puesto de salud no funciona, no hay médico, de vez en cuando hay una enfermera que no cuenta con medicamentos y quien se enferme debe ir a Lorica o Montería y está la promesa de que llegará el médico pronto. Ni qué decir del agua, escasea como en muchas islas, se transporta en burro desde una pequeña laguna que se hace en invierno y que no tiene ningún tratamiento para poder ser consumida. La policía no existe, a pesar de que desde hace décadas los ministros pasan por allí y hacen las promesas que nunca se cumplen. La última la hizo el ministro de Defensa hace unos meses: aseguró construirles una estación de policía; esperemos que esta vez sea la de las promesas cumplidas, aunque ya sus habitantes no creen mucho en eso, para ellos no hay mucho que celebrar, todo son palabras de políticos que se traga el mar.
Razones no les faltan para su desencanto. Hace varios años montaron una valla que anunciaba por parte del distrito de Cartagena la construcción de un polideportivo, una inversión superior a los dos mil millones. Incluso, en alguna oportunidad viajé a Cartagena para hablar con el alcalde de la época sobre esta obra tan esperada por los niños y jóvenes de la isla. El mandatario aseguró que el dinero ya tenía la disponibilidad presupuestal. Cuatro años después, la valla ya se cayó y el polideportivo nunca se construyó. Así es difícil recuperar la confianza en el Estado. La desesperanza y desconfianza es tal que los isleños, hastiados, solo piden que no lleguen más políticos a prometer porque ya están “mamados” de que no les cumplan. Qué paradoja, una isla tan cerca de todo, pero a la vez tan lejos de las posibilidades de contar con los servicios mínimos para sus isleños.
Ojalá el presidente Duque le extienda la mano a este hermoso terruño y que no solo los miremos cuando llegan los huracanes y los desastres naturales. La inversión que piden es mínima, han aprendido a vivir con poco, incluso con tanta promesa que se ha tragado el mar