En la vida, en los actos cotidianos, tendemos a olvidar momentos que no fueron buenos. Lo hacemos como un acto de defensa para procrastinar, que lleva a evadir la necesidad de hacerse responsable de los hechos y entender qué sucedió y qué se debe hacer para no repetirlos. Optamos, entonces, por el olvido como el camino expedito para no prestarle atención a aquello que fue tan malo y pensar que no pasó nada.
“Semana para olvidar”, solemos decir.
La semana pasada Medellín vivió días a los que fácilmente podríamos aplicarles la fórmula del olvido. Días poco gratos como nunca se habían vivido en una ciudad que ha pasado por verdaderos malos momentos.
Más vergonzoso aún que el protagonista de esos días oscuros haya sido su alcalde, Daniel Quintero, quien se supone que, por la figura que lo inviste y representa —por el cargo, mas no por la persona—, debería actuar con responsabilidad de cuidado de la institucionalidad y acato a la ley.
Recapitulemos. La Procuraduría lo suspendió por su presunta participación indebida en política con sistemáticos actos, comentarios, mensajes e insinuaciones en favor de la campaña presidencial de Gustavo Petro. Merecido, porque todos fuimos testigos de esto y, peor aún, de querer obviar lo obvio, haciendo a un lado la indignación que eso ha causado en la ciudadanía.
Piense, simplemente, en ese video de “el cambio... en primera”. Ahí todo está dicho. Un mensaje directo de apoyo a quien vocifera que es el único cambio válido en Colombia. Después, una sonrisa irónica que da mucho para interpretar, que, palabras más, palabras menos, resume la actitud del avivato, del que busca hacer trampa y creer que nadie se va a dar cuenta.
Súmele la actitud con la que recibió la decisión de suspensión de la Procuraduría. Actitud de guerra en un país violento, marcada por los adjetivos para descalificar, sin consideraciones para deslegitimar la institucionalidad diciendo que todo esto es un golpe de Estado —¡qué absurdo!—, llamando a la desobediencia a los servidores públicos, como si fuera dueño de ellos por encima de sus responsabilidades, insultando y victimizándose rayando en la paranoia.
Si quiere defensa, debe entender que la única vía es la institucional y estrictamente jurídica, pero no tendrá argumentos para cambiar la pésima imagen que ha dejado con su comportamiento populista.
En medio de la crisis de confianza que vivimos, donde solo el 34 % de los medellinenses confía en este alcalde (Medellín Cómo Vamos, 2021), cosa que afecta directamente la calidad de la democracia y la convivencia en la ciudad, debemos tener por lo menos un halo de consciencia ciudadana para entender que la semana pasada no se puede olvidar, porque vimos todo lo que no queremos de un gobernante, que, a la larga, quiere instaurarnos su narrativa polarizadora para bien propio y en función de su sed de poder