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Josefina Agudelo Trujillo
Columnista

Josefina Agudelo Trujillo

Publicado

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS

$Creditonota

La reciente aprobación de la ley que disminuye las horas semanales de la jornada laboral me produce sentimientos encontrados.

De un lado, alegría por las personas que podrán disponer de más tiempo personal; en cuentas gruesas, 276 horas laborales al año, que resultan de multiplicar cuarenta y seis semanas por seis horas; ¡más que vacaciones!

La reforma incluye importantes ventajas como la posibilidad de acordar jornadas diarias mínimas y máximas entre empleador y empleado.

Cada vez se parece más a la jornada de los empleados de confianza y manejo. Para mí un sueño cumplido. Celebro esta medida que beneficiará a millones de trabajadores formales en Colombia.

Desde el punto de vista de la competitividad me preocupa que la decisión se hizo a dedo sin evidenciar avance en productividad. Ahora bien, es una discusión similar a la de la gallina y el huevo, no se sabe cuál va primero; alguien tiene que dar el primer paso.

Afortunadamente las empresas tendrán tiempo para ajustar sus procesos y canales de atención con el uso de robots y proyectos de automatización. Es improbable su impacto en el aumento del empleo formal. Seguramente fomentará tercerización de procesos para mitigar el sobrecosto a las nóminas.

Lo que me entristece es que la medida profundizará la brecha entre empleos formales e informales.

Varios millones de colombianos deben salir todos los días a trabajar para poder comer; sin límite de horario, sin vacaciones, sin posibilidad de aportar a la seguridad social y ni siquiera soñar con una pensión.

Lo que diferencia un trabajo formal de uno informal es la estabilidad, la remuneración mínima, la posibilidad de aportar a los sistemas de seguridad social, especialmente al sistema de pensiones que permita a las personas contar con un recurso básico cuando ya no puedan trabajar.

Muchos oficios del trabajo humano requieren disponibilidad permanente y en muchos casos ni siquiera tienen remuneración. Por ejemplo, cuidadores de niños, ancianos y enfermos, líderes comunitarios, voluntarios, domiciliarios, jardineros artesanales, además de la gran variedad de subempleos.

Es un gran desafío para la economía colombiana crear masivamente empleos dentro de los esquemas de formalización que conocemos; el hambre apremia y el asunto es coyuntural y estructural.

Me pregunto si es hora de diseñar una nueva formalidad para este tipo de trabajos. Atienden valiosas necesidades de la sociedad y son casi invisibles para gobiernos y empresas.

¿Qué tal si estas personas recibieran una renta básica de subsistencia y se pudieran vincular a trabajos ofrecidos en “plataformas digitales formales” en las cuales se conecten y desconecten de acuerdo con su disponibilidad de tiempo y experiencia? Podrían trabajar por horas, por días, tener acceso a cualificación, servicios del Estado y oportunidades de trabajo tradicional formal.

¿Qué tal si convocamos a sindicatos y empleadores a una conversación para diseñar desde cero las reglas de juego para las nuevas relaciones de trabajo?

Suena improbable pero no imposible. Las cajas de compensación familiar podrían ser el escenario donde fluyan las conversaciones. Es importante recordar que empleadores y trabajadores son los dueños de estas espectaculares corporaciones

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