Por Ángela M. Londoño Ruiz
Si las víctimas de las Farc nos tomáramos de las manos, unidas también con las víctimas de los paramilitares y de la mafia, e hiciéramos una cadena humana, seguramente le daríamos la vuelta al país, y en el medio quedarían los asesinos y los políticos que les han servido de soporte y les han brindado toda clase de justificaciones.
En medio del ruedo de las víctimas, los homicidas, secuestradores y violadores de niñas campesinas no nos mirarían con vergüenza, ni con arrepentimiento, sino con esa risita burlona que siempre exhiben quienes se saben intocables, impunes y ajenos al actuar de la justicia, pues jueces y fiscales y colectivos de abogados y uno que otro religioso también estarían en el medio agitando sus leyes y salmos y sus sofisticados argumentos en favor de los criminales de lesa humanidad para que puedan seguir escupiendo en la cara de aquellos a quienes nos destrozaron la vida.
Ninguna confesión será suficiente para que caiga sobre ellos la ignominia que sí ha caído sobre las víctimas, vilipendiadas una y otra vez, una y otra vez por los criminales, sus auxiliadores intelectuales, las autoridades omisivas, la justicia y el Estado.