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Juan David Escobar Valencia
Columnista

Juan David Escobar Valencia

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Si va a tomar mañana, póngase gafas

Por juan david escobar valencia

redaccion@elcolombiano.com.co

Si es de los que no puede pasar bueno en las celebraciones del 31 de diciembre sin emborracharse, por algún problema de personalidad o falta de carácter, verifique si potencialmente sufre de algo llamado “Miopía Alcohólica”, referida a los efectos que provoca el alcohol en algunas personas como: alterar su capacidad cognitiva, anular la percepción de señales obvias del ambiente, disminuir habilidades para procesar información, reaccionar casi exclusivamente a mensajes del entorno inmediato y excluir cualquier consideración de consecuencias futuras de sus acciones. En español, un mal borracho.

Son muchas las manifestaciones de este mal, pero ilustro solo dos.

Alborote narcisista. No falta el borrachito al que se le alborota la autoestima y hace públicas sus ínfulas de ser un superdotado en muchos campos. Desde el menos inocente, como creerse el mejor bailarín del mundo y ser la reencarnación tropical de Michael Jackson, que saca a bailar a todas las jovencitas y señoras, agraciadas o no; hasta un asunto más grave, como estar seguro que es una manifestación excelsa y con esteroides de la belleza masculina y el equipamiento sexual. Entrado en tragos, se les arrima zigzagueante y sigilosamente a las esposas de sus primos a decirles que, aunque él respeta mucho a su primo, es un desperdicio que una mujer tan bella no conozca los verdaderos placeres del sexo por no estar con un superequipado como él, que no se convirtió en estrella mundial del cine para adultos porque tiene una cicatriz inmunda en la nalga derecha que le dijeron no era muy fotogénica en la pantalla grande.

Incapacidad prospectiva. La imposibilidad de considerar las consecuencias futuras de los actos por privilegiar mensajes del presente, hace que el borrachín invitado a pasar la fiesta de fin de año en la finca de un amigo, luego de satisfacer apresuradamente su sed alcohólica, se desaparece de la fiesta y después de una hora regresa súbitamente cantando: “año nuevo, vida nueva, más alegre los días serán”. Solo al otro día, cuando todos los agujeros negros del universo parecen habitar su cabeza, se entera que en esa hora que no aparece en sus registros neuronales, se fue a la casa del mayordomo de la finca y, como él se sentía una versión millennial del Llanero Solitario, le compró el caballo al mayordomo, quien muy diligentemente se lo está entregando; y ahora no sabe dónde va a ponerlo en su superapartamento de 45 mt2. Ni siquiera en el minibalcón, que ya está ocupado por una matera y la bicicleta estática que compró el año pasado cuando vio su barriga inflarse luego del decembrino engullimiento de buñuelos y natilla, pero que solo usó una vez después de enterarse que sus vecinos del edificio del frente salieron a ver como luego de 2 minutos de pedaleo sudaba como un caballo del Derby de Kentucky y llamaron ambulancia al verlo jadear y convulsionar asfixiado a los 5 minutos.

¡Feliz Año para todos!

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