¿Por qué una obra de arte cinematográfica se hunde en el silencio, mientras cientos de películas mediocres arrasan en las taquillas y llenan de dólares los bolsillos de sus productores? ¿Por qué una película largamente soñada por uno de los grandes maestros de nuestro tiempo fracasa comercialmente y dura en cartelera solo unas pocas semanas, mientras el público hace filas interminables para ver sagas deplorables?
Me hago esta pregunta después de ver “Silencio”, la obra maestra del director Martín Scorsese. Esta bella película alcanzó a estar en cartelera solo unas pocas semanas y fue un rotundo fracaso financiero para sus productores.
Me parece algo inexplicable, sobre todo tratándose de alguien como Scorsese, quien ha dirigido grandes éxitos de Hollywood durante más de 50 años, como “Calles peligrosas”, “Taxi driver”, “Toro salvaje”, “Casino” y “El irlandés”, por lo cual es ya una leyenda viviente del cine.
Lo ocurrido con él y su película me hacen recordar la historia de Vincent Van Gogh, quien pese a ser uno de los pintores más importantes de todos los tiempos, no logró vender ni uno solo de sus cuadros mientras estuvo vivo, con excepción de los que le compraba su hermano Teo para ayudarlo a sobrellevar su vida de pintor pobre y trashumante en las pequeñas aldeas de la costa mediterránea.
Digo Van Gogh y pienso en esta paradoja: Scorsese se enamoró de “Silencio” en 1989, cuando leyó por vez primera el libro y obtuvo los derechos de la película, mientras hacía el papel de Van Gogh para la película del legendario director japonés Akira Kurosawa. Desde entonces, su interés por filmar esa historia se mantuvo durante más de 26 años.
“Silencio” es una novela del escritor japonés Shusaku Endo (1923 - 1966), uno de los grandes clásicos contemporáneos de la literatura japonesa. Sus obras recrean la difícil vida de las minorías católicas japonesas, perseguidas a sangre y fuego por los “Shogun” de las últimas dinastías, por considerar el cristianismo y, en especial el catolicismo, un pensamiento nocivo para el pueblo japonés.
“Silencio” cuenta con una fuerza singular las aventuras y los padecimientos de un grupo de misioneros jesuitas, casi todos de origen portugués, que luchan por propagar la religión cristiana en el Japón del siglo XVII. Por esto son perseguidos y torturados por el Imperio y sometidos a las más duras pruebas que puedan imaginarse.
¿Por qué fracasó en términos comerciales la obra maestra de Scorsese? Nadie podría dar una respuesta cierta. Lo cierto es que la mayoría de los llamados “críticos” del séptimo arte la redujeron a “una simple historia sobre las aventuras y desventuras de un grupo de curas misioneros jesuitas en el Japón del siglo XVII”. De este modo la despojaron de todo interés para los espectadores contemporáneos.
Ni el Papa Francisco logró obtener para la película la atención merecida cuando invitó a Scorsese a proyectarla en una de las salas del Vaticano junto a unos 400 sacerdotes jesuitas que se reunieron para revivir esta historia de tres jóvenes misioneros que viajan a Japón a desentrañar el destino de su maestro, el padre Ferreira, convertido ahora en un apóstata.
Después reescribir el guion durante más de 20 años y examinar en forma minuciosa cada plano del rodaje, “Silencio” fue estrenada en Roma en 2016, y en Estados Unidos en la navidad del mismo año. Enseguida, el American Film Institute la seleccionó como una de las 10 mejores películas del año. “Silencio” también recibió una nominación al Premio de Mejor Cinematografía de la Academia en la 89º edición de los Premios Óscar.
Cuando veo el destino miserable e incomprensible de algunas grandes obras de arte, como esta película, viene a mi mente una frase de los coros de “Jephtha”, de Handel: “¡Cuán oscuros, Oh Señor, son tus designios!”.