Los Juegos Paralímpicos me han regalado una emoción mayor que las Olimpiadas del mes pasado. Las explosiones de felicidad que veo en la cara de estos campeones, marcados por limitaciones físicas, son inspiradoras. Además, estos atletas nos retan a constatar que las limitaciones se pueden superar, que la mente es más poderosa que el cuerpo y que si en la vida tienes objetivos y ambiciones, “ni el cielo va a ser tu límite”, como lo dijo alguna vez James Rodríguez. Los atletas de las Paralimpiadas nos recuerdan que las limitaciones no existen tanto en las circunstancias externas, cuanto, sobre todo, en nuestra mente.
Por ejemplo, ¿vieron el brazo derecho levantado al cielo, los dedos haciendo una v de victoria y los ojos sonrientes de Juan José Betancourt? El bogotano, quien se crió en Funza, ocupó el tercer lugar de la prueba de ciclismo de ruta, categoría T1-T2, y se llevó el bronce. Esta es la categoría para atletas con lesiones neurológicas que afectan al equilibrio o las capacidades musculares. Betancourt, además, logró este resultado extraordinario a pesar de la lluvia fastidiosa y de una caída en la etapa. Fue la medalla número veintiuno que los colombianos han ganado hasta el momento en las Paralimpiadas. “Es un sueño cumplido”, dijo el bogotano a los medios.
El resultado de Betancourt es aún más inspirador si conocemos algo de su historia. De hecho, este joven, que hoy tiene veintidós años, sufre de parálisis cerebral y los médicos le habían pronosticado la silla de ruedas. Fue un pronóstico que la familia y el mismo Juan José nunca aceptaron. Fue así como Juan José logró caminar por primera vez a los cinco años. En el 2017 la hermana lo motivó a presentarse a unas pruebas en bicicleta de la Fundación Esteban Chávez. A pesar de que su condición pasó desapercibida hasta que se cayó, porque utilizó una bicicleta convencional, el personal de la fundación reconoció su talento y decidió brindarle el apoyo necesario. Betancourt es un ejemplo extraordinario de resiliencia y entrega.
También me conmovió la historia del italiano Luca Mazzone, quien a los cincuenta años logró la medalla de plata y se estableció como un campeón de handbiking. Solo tenía diecinueve años cuando, durante unas vacaciones, se golpeó con unas rocas tras una zambullida, fracturándose las vértebras cervicales y quedando tetrapléjico. Después de un momento de desánimo, se enfocó en reconstruir su vida. “Al principio me resistí, luego me di cuenta de que no podía rendirme, era mi vida”, dijo. En este camino lo ha acompañado su esposa Mara, con la cual tiene un hijo. En 1996 descubre las Paralimpiadas y quiere ser un campeón. Ganó medallas en Sídney, Río y ahora Tokyo. Dice: “El accidente cambió mi vida. El deporte me enseñó a construirla”.
Fue Marianne Williamson quien escribió que nuestro miedo más profundo no es ser inadecuados, sino ser poderosos sin límites. “Es nuestra luz, no la oscuridad lo que más nos asusta”, escribe. Juan José, Luca y los demás atletas de las Paralimpiadas trascendieron este miedo y abrazaron su luz. ¿Y nosotros?