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Jorge Ramos
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Sin vacuna contra el racismo

Por JORGE RAMOS

redaccion@elcolombiano.com.co

Las pandemias pasan. El racismo no. Y cuando un presidente como Donald Trump acusa injustamente a un grupo o a una nación por la actual epidemia de covid-19, las consecuencias pueden ser discriminación y violencia. O más.

Del 19 de marzo al 31 de diciembre del 2020 hubo 2.808 reportes de primera mano sobre ataques contra la comunidad asiática en 47 estados y el distrito de Columbia, según Stop AAPI Hate. Esta organización fue creada en California el año pasado para reportar, denunciar y detener los actos de violencia y xenofobia contra la comunidad asiático-americana en Estados Unidos. Las agresiones van desde robos y golpes hasta ser escupidos e insultados verbalmente. Y esto es lo grave: en más del 90 por ciento de los casos reportados la razón del ataque es, simplemente, por su raza.

¿Por qué está pasando esto? Hay palabras que hieren.

“Obviamente la retórica esparcida por el gobierno anterior cuando comenzó la pandemia –usando términos como ‘el virus de China’ o ‘Kung Flu’– ha hecho que los asiático-americanos sean atacados por gente racista”, me dijo en una entrevista el actor Daniel Wu, quien nació en Berkeley, California, trabajó muchos años en Hong Kong y que ahora forma parte de la campaña para evitar más ataques. A él le parece muy injusto y equivocado el “culpar del coronavirus a los asiático-americanos cuando en realidad somos ciudadanos estadounidenses”.

Los ataques e insultos contra la comunidad asiático-americana tienen muchas similitudes con los que hemos sufrido durante décadas los latinos en Estados Unidos. Una expresión racista muy frecuente contra hispanos –y ahora también contra asiático-americanos– es decirnos que nos regresemos a nuestro país cuando millones somos ciudadanos estadounidenses.

Estos ataques durante la pandemia han coincidido con un enorme crecimiento de la población asiático-americana y de isleños del Pacífico (AAPI).

La Oficina del Censo calcula que ya hay más de 22 millones de personas de origen asiático en Estados Unidos (casi el 6 por ciento del total). Las poblaciones más grandes vienen de China, India y Filipinas. De hecho, ya en el 2015 los asiático-americanos eran el grupo étnico de más rápido crecimiento en Estados Unidos (72 %), superando a los latinos (60 %). Estamos en el comienzo de una ola asiática.

Y más gente, más poder económico y político, y más visibilidad traen consigo, también, más ataques infundados y críticas injustas. Y si a esto le sumamos los prejuicios expresados por el que fuera el hombre más poderoso del mundo –“Vencí a este loco y horrible virus chino”, dijo Trump luego de curarse del coronavirus– la peligrosa combinación puede ser explosiva en las calles de California y del resto del país.

Pero muchos ya no están dispuestos a sufrir pasivamente estos nuevos ataques. A pesar de estos esfuerzos comunitarios, de la reciente orden firmada por el presidente Biden para combatir prejuicios contra los asiáticos y la promesa del Departamento de Justicia de investigar estos ataques, es difícil entender qué es lo que hace que un joven empuje violentamente al piso a un anciano en una calle desierta o le robe el bolso a una mujer en la tienda del barrio.

Este tipo de ataques racistas ocurre en medio de una verdadera revolución demográfica y cultural en Estados Unidos. En el 2044 la población blanca dejará de ser mayoría, según las proyecciones de la oficina del censo. Y lo que hemos visto –tanto en las calles de Chinatown y Charlottesville como el pasado 6 de enero en el Capitolio en Washington– es el resentimiento e incomprensión de un pequeño pero agresivo sector que se resiste a aceptar que su país está cambiando y que ahora es de muchos colores.

Los nuevos ataques son coletazos de un pasado que se va. Pero son muy dolorosos. “Creo que el racismo se ha desenfrenado en este país en los últimos años”, me dijo para concluir el actor Daniel Wu, “y todos lo estamos sintiendo”.

La pandemia, tarde o temprano, va a desaparecer. Pero, como dice un popular dicho, no hay vacuna para el racismo. Por eso la idea de una sociedad en que todos seamos iguales –que aparece en la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776– sigue siendo una promesa incumplida

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