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José Guillermo Ángel
Columnista

José Guillermo Ángel

Publicado

SOBRE AMBIENTES RUIDOSOS

Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL

memoanjel5@gmail.com

Estación Parlante, en la que suben el volumen al aparato de sonido al punto de romper cualquier papel y, entonces, lo que se decía o cantaba, rezaba o sonaba, se convierte en ruido (en los muchos decibeles que golpean el interior del oído) y los que están en frente ya no hablan, sino que abren las bocas como si sintieran alguna enjuagadura adentro, váyase a saber si de bicarbonato, jabón o jugos gástricos. Y en esta estación trepidante y delirante (no sé si el infierno suena así), se juntan los despechados, los que estrenan discos nuevos (no falta el reguetón, la música máquina y el rap continuado), los que se apoderan de la calle con sus fritangas y menjunjes, los que asustan gatos y ratones (los perros son más pacientes y lacrimosos), los insomnes y hasta las ánimas del purgatorio que están cumpliendo pena y a falta de candela el ruido es sucedáneo para el castigo.

La ciudad se ha vuelto ruidosa y no hay carro (quizá los eléctricos se salen de esta clasificación) y motos que no suenen, buses que no truenen y camiones que no bramen o barriten, todos por la misma vía, en primera y contaminando, acelerando y, si es el caso y como pasa a cada rato, pitando para que los otros se muevan sin poderlo hacer, pues las calles se han vuelto embudos, las avenidas un maremágnum, el calor del concreto un crescendo y los que venden sus productos colaboran con sus altavoces, gritando tamales, mazamorra, mangos, compro computadores y neveras viejos, en fin. Y esto es lo de a diario, lo que incluye también a quien lava el carro haciendo sonar los parlantes como si estuviera anunciando un circo o la llegada de alguno de los tantos mesías, todos pidiendo dinero o engañando.

Pero llegadas las fiestas (y aquí siempre es fiesta), quizá por el calor o por la necesidad (o aberración) de colaborarle al ruido ambiente, muchos se van tomando la tarde y luego la noche con sus parlantes. Y bueno, el ruido sale de las puertas de las casas, de las discotecas, de los aparatos de radio, y se toma la calle obligando a que nadie duerma (ya no sirven ni los tapones industriales, los algodones menos) y entonces lo que sería alegría ya no es más que bulla, delirio y ojos enrojecidos.

Acotación: es claro que el Caribe es un espacio ruidoso, váyase a saber si a causa de alguna sordera porque se desconozca el silencio o simplemente por la algarabía en la que se vive, se piensa y actúa, en la que el orden ha sido reemplazado por el desorden, la alegría natural por la catarsis y la noche por una invasión de los demonios. Y se dirá que exagero y sí, lo hago, porque de tanto ruido yo acabo por hacerlo, subiendo el volumen.

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