Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com
Estación Licuadora, a la que llegan los que van de una emoción política a otra (subiendo y bajando como un yo-yo aceitado), los apostadores que ganan y pierden mezclando los resultados de un partido de fútbol con consignaciones en una cuenta bancaria que depende de un jugador y un gol, un tiro de esquina o una tarjeta roja; los que consideran que si Messi no sigue jugando habrá una tragedia mundial, los seguidores de los líos pasionales de Shakira (serenatas, peleas), los analistas de la guerra de Ucrania que sufren de síndrome del dron (el conflicto ya parece una novela de ciencia ficción), los que hablan del enemigo invierno como si estuvieran en los tiempos de Napoleón Bonaparte, en fin, los revoltijos mediáticos, igual que esos batidos que se venden en la calle para convertirse en un Casanova con síntomas de priapismo, ya no crean opinión sino saltos desinformativos y, en medio de esto, unos protestan y otros sancionan, los más inventan y no faltan los que creen que se volverán ricos con una inversión de doscientos pesos.
Entre profetas y chismosos, creadores de escándalos a partir de cualquier movimiento y gente que se levanta y una vez enciende el celular deja de ser el que era para convertirse en un avatar perdido en la jungla informática (lo meten en un afuera que no le toca), la situación ya no es algo que existe sino un espacio que se revuelve en múltiples interpretaciones que van de lo político a la robótica, de un balonazo en la cabeza a una inflación en la que ya no se sabe si regalar o cobrar por el regalo. Y en este revoltijo, que es el batido de a diario, a los derechos humanos se los confunde con veganismo, inserciones de género y teorías que carecen de soluciones, pues lo comunitario (lo que debería tocar a todos) se fragmenta en intereses personales, delirios que desunen y señales de que el fin del mundo está próximo.
Un batido, que antes contenía leche y pasas, algo de ron y esencia de vainilla (con batidos se enamoraron muchos), ahora es algo que se llena de todo y se revuelve, pero no da un resultado final para saber a qué sabe, sino que sigue recibiendo elementos varios y los sabores del principio mutan a otros y nada finaliza, lo que lleva a toda clase de confusiones, credulidades y neuronas enfermas que ya no descifran lo que llega, sino que se enredan.
Acotación: Antes el pensamiento evolucionaba siguiendo rutas, pero ahora nos hacemos preguntas para saber en qué ruta estamos. Y en esto que supera lo líquido y se convierte en viscoso, la involución es continua: estamos habitando en un plasma que tratamos de entender mientras él se mueve. Y como se mueve, no hay realidad sino apariencia. Ya casi somos la caverna de Saramago: pantallas chirriando