Estación Desorden-Desespero, a la que llegan fuentes móviles de contaminación (camiones, tractomulas, buses, carros, motos), indigentes que esculcan y riegan las basuras, gente hablando sola debido a los trancones, obras mal planeadas y casi eternas en su ejecución, migrantes que se amontonan en viviendas no aptas (hasta en edificios en construcción), atracadores que hacen de las suyas amparados en leyes cojas o en derechos humanos, vendedores ambulantes que gritan sus productos a más de 120 decibeles, vecinos que se alteran oyendo vallenatos y canciones lloronas a todo volumen, informadores que todo lo maquillan con mentiras, prostitución por todos lados, microtráficos diversos, en fin. Los demonios de todas las clases y figuras se tomaron la ciudad, ya no se duda (se podría hacer todo un tratado de demonología), y esto ya no es realismo mágico, sino destrucción urbana.
Las ciudades funcionan con controles estrictos y, cuando estos se ejecutan, son seguras. No hay ciudades flexibles o permisivas que logren desarrollarse como es debido (desde Sodoma y Gomorra lo sabemos) si a esa permisibilidad o flexibilidad (que en nuestro caso es una desmesura) no se le ponen normas. La inteligencia humana (basada en la ética) ha enseñado a través de la historia que todos los comportamientos deben ser lógicos para que todo logre funcionar correctamente. Comportamientos exactos en los oficios y en las técnicas, en las máquinas que se operan y en los lugares que se ocupan, entre la gente que convive y en la enseñanza misma. La ética no es meramente un asunto moral: es una aplicación de normas en todo lo que hacemos y operamos. Si a un motor, por ejemplo, se le pone lo que no es, no funciona; si a una ecuación se le falsea un dato, genera un error; si a una ciudad se le quita su objetivo, se convierte en un pandemónium, etc.
Por esto las ciudades, cuando crecen, estudian los horarios (no todos pueden ir a trabajar al mismo tiempo), establecen el uso de las vías por tipo de vehículos (camiones y autos, buses y motos no pueden ir mezclados ni en el mismo horario), controla la indigencia situándola por fuera de la ciudad y en sitios de recuperación, e igual crea zonas de tolerancia regentadas por el Estado (a lo de la libre personalidad le establece deberes y no solamente la entiende por derechos). Y persigue la delincuencia con leyes muy severas. Una ciudad no es un refugio para gente que llega a destruirla ni a poner en peligro a los ciudadanos de bien.
Acotación: nuestra ciudad, debido a la falta de planeación y de autoridad, de obras públicas que se detienen por cualquier cosa (generando caos) y de contaminación creciente (gases, ruidos), se está convirtiendo en un desespero. Y un ciudadano desesperado tiene dos opciones: o se va, o se vuelve peligroso. Se oyen voces que dicen eso