Estación Salida de Urgencia, a la que no paran de llegar los emproblemados pidiendo amnistías, los que hicieron propaganda en contra valiéndose de toda clase de mentiras y los corruptos refalsificando ingresos, los que se preciaban de no creer en nada diciendo que D’s era una creación de delirantes y los que le trabajaron al gobierno de turno diciendo que sí a todo y aplaudiendo al gobernante (incluso sus errores), los creyentes de que los tiempos no cambiaban y que todo seguiría igual, los que mutaban según las conveniencias, los asustados perseguidos por sus pecados y traiciones, los paranoicos, etc. Y en esa salida de urgencia, todos persiguiendo aviones para salir volando, así sea en condición de carga, mordiendo arrepentimientos y todo lo que pasa cuando llega lo esperado, pero debidamente (y psicológicamente) cubierto para hacerse a la ilusión de que ese momento no llegará tan pronto. Pero llegó y, bueno, a falta de aviones tendrán que abrir huecos, si es que todavía se consiguen martillos neumáticos o al menos brocas.
Esto de la llegada de los talibanes (los estudiantes, la palabra en árabe es Talib) para tomarse de nuevo Afganistán no es una cuestión de azar. Y tampoco fue azar el que rusos, ingleses y norteamericanos salieran de esas tierras con la cola entre las piernas (o, si se quiere, viviendo su Vietnam). De ese país, que algunos llaman un país trampa, han salido todos los que buscan imponer sistemas de gobierno diferentes, sean democracias o socialismos, que no son entendidos por los pashtunes (el grupo tribal musulmán más grande de la Tierra), que se rigen por sus Ummas (comunidades patriarcales) y sus creencias ortodoxas. Y que, además de vivir de sus ganados y cultivos, también han vivido siempre de la Ruta de la Seda, abasteciendo por ella los mercados de heroína y opio de Europa.
Los talibanes, educados en las madrasas islámicas radicales de Pakistán, no llegaron ahora a solo purificar las prácticas del islam, sino a detener la enorme corrupción del gobierno de Kabul. Desde el 2001, cuando los norteamericanos invadieron el país con la disculpa de acabar con el terrorismo e imponer una democracia, los corruptos (de toda clase) se tomaron las instituciones del gobierno (incluyendo el ejército —con un ala fantasma— y la policía), jugaron con un presidente títere y estafaron y engañaron al gobierno norteamericano con todo tipo de artimañas. Y, bueno, al fin Joe Biden (un demócrata ortodoxo) tomó la decisión: que de esa corrupción desmesurada se encargaran los talibanes. Y, claro, hay crujir de dientes y las prótesis se salen de la boca.
Acotación: la corrupción descontrolada destruye los países y contra esta aparecen grupos radicales (leer la historia) que buscan ponerle fin por medio de las armas y ortodoxias severas, que creen morales nuevas. Los talibanes son un ejemplo, no una fantasía oriental. ¡A rezar!