Estación Caneca, abundante en desperdicios, mala clasificación de lo que sobra, huellas de lo consumido mal o bien, olores a podrido adheridos a papeles, aceites quemados a latas cortantes, trapos sucios con manchas extrañas, baterías radioactivas en medio de cáscaras de huevo y bagazos de naranja injerta o transgénica, bolsas plásticas blancas y negras, y para colmo, todo esto en las esquinas y aceras, como mojones de desorden y desaseo, muestrario de bacterias, ejercicio de libertinaje y apología a la suciedad y a la deficiencia en salud pública. Y en este basurerismo ciudadano, pues el problema no es el de los recolectores sino de los depositarios, la ciudad huele mal, se ve mal y, debido a esta geografía de lo indebido, se piensa mal y las actitudes se deforman, pues los residuos, por su persistencia, no solo son paisaje grotesco sino que se convierten en maneras de pensar. Somos la consecuencia del territorio que habitamos.
La libertad, que según Hegel, es mejorar nuestros actos y acciones para no ser esclavos de lo que hacemos, en nuestra ciudad se ha ido convirtiendo en libertinaje, esta actitud de los esclavos libertos que creían que, al recibir la libertad, ya les estaba permitido violar las buenas costumbres (el ejercicio del irrespeto contra la vida comunitaria), burlarse de las instituciones que preservaban los deberes y derechos y saltarse los límites con relación a los demás. Y en esta libertad mal entendida, el basurerismo hace carrera entre nosotros, se extiende como un magma o un miasma de pantano y crea un ambiente de indigencia, pestilencia y formas erradas de entender la ciudad como espacio seguro, no solo en cuestión de delincuentes sino de salud pública.
Es claro que hoy en día se produce mucha basura y todo lo que compramos ya la tiene incorporada (viene con forma de empaques o se vuelve basura en poco tiempo). Y a más gente una encima de otra (la verticalización) o en viviendas donde se hacinan (inquilinatos o partes en subarriendo), más desperdicios y en algunos casos cochinadas. Lo anterior, exige entonces una educación para saber separar lo orgánico de lo reutilizable, lo reciclable, lo que es desperdicio (casi siempre residuos peligrosos como aceites quemados, detergentes, plásticos) y lo radioactivo (las pilas, en especial). Y esta educación debe ser severa y acompañada de multas (en Suiza, por ejemplo, si la basura no se separa como es, paga todo el edificio o la cuadra). De lo contrario nos iremos integrando a la basura, al irrespeto y al libertinaje desaforado de las ciudades fracaso.
Acotación: La basura tiene un día para ser recogida y debe respetarse. Y al recolector hay que facilitarle la tarea entregándole bolsas que contengan cada una el tipo de basura indicado. Pero si en lugar de respetar la norma solo hay un asalto con basura a las calles, esquinas, parques y aceras....