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David Escobar Arango
Columnista

David Escobar Arango

Publicado

Sobre el dinero

Querido Gabriel,

A mí nunca me ha interesado la plata, dijo él, en tono arrogante. Ella, una mujer sabia, lo miró pausadamente. El dinero es energía, despreciar la plata es despreciar una de las formas de la energía, ¿por qué frenar su flujo en tu vida? El tipo se quedó mudo. Con los años había desarrollado una relación ambigua con las cosas materiales y cierto desprecio por la riqueza. De pronto, sintió que había estado completamente equivocado. ¿Conversamos sobre la relación que tenemos con el dinero, su importancia y sobre el riesgo de confundirnos y convertirlo en un fin?

La moneda y el crédito son unas de nuestras más interesantes ficciones. Aristóteles decía que cada objeto tenía un valor de uso y otro de intercambio, que el comercio y el dinero se originaron juntos. El comercio, a su vez, solo funciona gracias a la confianza. Quizás por eso, crédito viene del latín credere, relacionado con el antiguo indoeuropeo kerd: corazón. Dinero, confianza y corazón, estando tan íntimamente relacionados, no deberían jamás ser objeto de desprecio.

Hay, también, una sólida relación entre dinero y trabajo. “Cuando aceptas dinero en pago por tu esfuerzo, lo haces solo con el convencimiento de que lo cambiarás por el producto del esfuerzo de otros”, dice en un memorable discurso el personaje de Francisco Danconia, en el libro La rebelión de Atlas, de Ayn Rand. ¿No crees que debemos valorar toda creación humana, incluidos el arte, los bienes sociales y el producto económico del trabajo y de la empresa?

Quizás se trata de eso, de respeto. Nunca adoración; tampoco, de ninguna manera, desprecio. “Os daré una pista sobre el carácter de los hombres: el hombre que maldice el dinero lo ha obtenido de forma deshonrosa; el hombre que lo respeta se lo ha ganado honradamente”, dice el mismo discurso.

¿Pero cómo educar, entonces, a niños y jóvenes en su relación con el dinero? Natalia Ginzburg, en su hermosísimo ensayo Las pequeñas virtudes, propone: “El dinero que damos a nuestros hijos, deberíamos dárselo sin motivo; deberíamos dárselo con indiferencia [...] deberíamos dárselo no para que aprendan a amarlo, sino para que aprendan a no amarlo, a comprender su verdadero carácter, y su impotencia para satisfacer los deseos más auténticos, que son los del espíritu”. Respeto indiferente, un justo medio, ser conscientes de su valor, pero no aferrarnos ni convertirlo en un fin. Solo así podremos ser libres para buscar una vocación sin estar condicionados por el orgullo y la vergüenza de tener más o tener menos, cuando lo importante es, definitivamente, ser.

Provoquemos nuestra tertulia con esta advertencia del mismo texto de Rand, un recorderis para no perder de vista lo esencial, clave para los tiempos que corren: “ El dinero no comprará la felicidad para el hombre que no tenga ni idea de lo que quiere; el dinero no le dará un código de valores si él ha evadido el conocimiento de qué valorar, y no le dará un objetivo si él ha evadido la elección de qué buscar”  .

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