Estación Cuarentena (palabra que quizá venga de los cuarenta días con sus noches que pasó Noé con sus animales metido en un arca, mientras pasaba el diluvio) a la que llegan los que siguen las normas sanitarias con relación al aislamiento, los que pueden trabajar desde sus casas y asumen la disciplina de lo virtual, los que echan cantaleta porque se sienten presos, los que tienen mucho por hacer y así ordenan sus trabajos y viviendas, los que piden que mientras dure el aislamiento no se hable de política, los que se dan la investigación (a la lectura, la pintura, la escritura, la creación de fórmulas), los que ya no salen pero se mantienen pegados al teléfono y a la red, los que dan vueltas por habitaciones, patios y terrazas y los que rezan, pues algo hay que hacer mientras pasa el tiempo y corren las noticias. Sin que falten los que sufren de claustrofobia o de algo peor: sentir la casa por cárcel, como ya lo venían presumiendo. Hay de todo y los pecados y certezas entran con uno.
La casa es nuestro lugar en la tierra: el primer y más continuo paisaje y mirada al cielo, el ejercicio de la intimidad, el sitio donde nos encontramos con nosotros mismos, la seguridad de tener algo para usar y entender y, en cuestión de convivencia, el modelo básico de sociedad y educación. Y en este espacio, en el que habita lo privado, estamos en condición de lo doméstico: realizar pequeños trabajos, ejercer el reposo, tener control sobre casi todo y sentir cómo nos hemos creado un mundo cercano. Y si bien en las ciudades las casas no son grandes debido a la reducción del espacio (habría que irse a los pueblos para encontrar unas más amplias), estas significan seguridad, pacto entre varios y más conciencia del otro.
Sin embargo, hay gente que no se aguanta en la casa y, debido al encierro y a que no asumen una disciplina para hacer algo (sea espiritual o productivo), dejan salir los diablos que tienen dentro y bueno, el lugar seguro de la vivienda comienza a ser un infierno. Las pestes nos muestran tal como somos, la confianza o el miedo que nos tenemos. Y en este punto, si somos inteligentes, hay que saber controlarnos, verle otro sentido a la vida y dejar las quejas. Estar vivo dentro de una plaga ya es mucho cuento. Y quien domina un pequeño espacio, ya domina lo más, pues en los límites es donde vivimos y salir de ellos es destruirnos. Así que al demonio hay que estarlo lavando.
Acotación: estar en casa es estar seguro y es una reflexión sobre la vida, sobre el otro y sobre mí mismo. Y en este encierro, demostramos qué tan inteligentes somos, qué sabemos hacer y cómo reconstruirnos. La casa es nuestro espejo.