Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com
Estación IA (sigla que es Inteligencia Artificial o también Incentivar a Nada propio), a la que llegan estudiantes de todos los niveles para que el sistema de algoritmos haga sus trabajos, sus cuadros comparativos y mapas mentales; buscadores de datos que copian lo que aparece en la pantalla sin confrontar hasta dónde es cierto lo que IA les dice, poetas que ya no se inspiran, sino que hunden teclas para obtener una frase creativa; profesores que preguntan qué hacer para detectar si sus alumnos hacen plagios; ejecutivos y asesores que ya no elaboran estrategias y tácticas, y mejor optan porque obtenerlas del chat gpt que operan; profesionales y técnicos que se ven reemplazado por un robot; hombres y mujeres que miran sus bibliotecas con desdén y lo que antes debía ser leído, reflexionado y puesto en condición para obtener un conocimiento nuevo lo consideran ya obsoleto, en fin, hacer y pensar parecen verbos viejos y la IA es ya una magia para saberlo todo sin enterarse cómo se da ni de dónde viene. Y para colmo, ya hasta la Biblia está metida en esto para mayor relax de los predicadores.
La inteligencia se ha definido como la capacidad que tenemos para resolver problemas, trabajar en equipo (la realidad es una construcción colectiva) y lograr propuestas nuevas, sea mejorando lo que hay (innovación) o encontrando lo que antes no se sabía. Pero ya parece que esto es cosa del pasado, pues basta operar unas teclas para obtener “soluciones”, ganar tiempo y dejarle el trabajo del cerebro a una plataforma que evita esfuerzos mentales y comprensión seria de lo obtenido. Magister dixit. Y se dirá que yo estoy loco por no admitir este paraíso informativo que todo me lo da en medio de un mundo de inocencia en que la confrontación no existe, dándole a la credulidad todo el espacio.
Geoffrey Parker, en su libro El siglo Maldito (el XVIII), habla de guerras, hambrunas y pestes, absolutismo ilustrado y de los primeros autómatas, y no para contarnos qué pasó antes sino para hacer un símil de esa época con lo que ahora está pasando (edad de la inocencia, del síndrome de Adán) en el no queremos pensar y lo que hacemos obedece más al deseo de olvidar buscando soluciones en milagros. Y creyendo, para que el cerebro no se canse y, supongo, se fosilice y acabe con las últimas neuronas. Y bueno, ya estamos ejerciendo El derecho a la pereza, utopía propuesta por Paul Lafarge, el yerno de Marx.
Acotación: Frente a toda esta tecnología, que es un control para la mayoría, las élites se educan con los viejos métodos (maestro-alumno-confrontación-esfuerzo). Y así, alguien entenderá el mundo como es mientras el resto se atraganta de sus sobras. ¿Una teoría de la conspiración? No se qué diga la IA, que no es inteligencia sino datos agrupados.