Estación Macro-desorden, a la que llegan indigentes a esculcar basureras y hacer regueros (también a dormir en los portones), destructores de naturaleza que dañan árboles y plantas en los parques, contaminadores visuales (con avisos de montonera y colorines primitivistas), propietarios de almacenes que se apoderan de las aceras para atender los clientes, gerentes de fábricas que amontonan sus productos en la calle, gente que daña los bolardos para entrar en la zona peatonal camiones y motos, dueños de carros que parquean en cualquier parte y vendedores ambulantes que gritan sus productos usando altavoces a todo volumen, irrespetando la tranquilidad de las zonas residenciales. Y con toda esta gente que viola normas de convivencia, aparecen manchas de aceite, huecos, ratones, ruidos en todos los decibeles y olores. El pandemónium.
En las ciudades decentes existe una institución (activa y no de nombre) que se llama Espacio público, que se encarga de que funcionen el alumbrado, el buen uso de las aceras (diseñadas solo para los peatones), el mantenimiento de los parques, el uso adecuado de las vías (con zonas de parqueo señaladas), la división clara entre zonas residenciales y de divertimento y el control a los lugares en los que hay pequeñas fábricas, almacenes, bares y restaurantes, normatizando los niveles de ruido, la contaminación visual y la producción de Respel (residuos peligrosos), además de todos los asuntos de convivencia ciudadana. Y así todo funciona bien, digo, en las ciudades decentes, donde se vive bien para producir en orden y tener buenos ciudadanos.
Pero en Medellín, que se precia de la cuarta revolución industrial y de querer ser un distrito tecnológico (donde es bueno vivir, dicen las vallas), el desorden creciente campea como una horda de hunos con toda variedad de Atilas. Y así, la falta de administración, en medio de tantos calores y lluvias, se toma aceleradamente la ciudad irrespetando barrios residenciales (con las llamadas zonas mixtas), deprimiendo el centro (que ya es un basurero con edificios), convirtiendo el espacio público en plazas de mercado y delincuencia y permitiendo toda clase de personas sin educación ciudadana que hacen del espacio público un nido para sus propios intereses, sin importarles los demás. Estamos en una ciudad que pregona en avisos lo que no cumple. Señor alcalde, actúe, a usted lo eligieron porque creyeron que sabía gobernar. Las alcaldías son para mejorar ciudades, no para dejarlas destruir. Las ciudades con mentiras se caen, eso ya lo estamos viendo.
Acotación: Es un hecho que el POT de la ciudad es un fracaso total y lo que se llama espacio público funciona mal; las denuncias aumentan en las estaciones de policía y se hace poco. En resumen, en Medellín se está viviendo mal. Basta ver en lo que se ha vuelto Laureles y de Prado Centro ni hablar, esto sin mencionar los demás barrios. Da rabia vivir aquí