Estación Amistad, a la que llegan los tranquilos y bien dormidos, los que no compiten con el otro sino que se mejoran a sí mismos, los que empujan al que vale la pena, los que ríen porque tienen imaginación, cuentan chistes y se ven en ellos. Y entre esta gente, que es poca porque la amistad es una hermandad que ni siquiera exige presencia (basta una frase suelta y el otro aparece acogedor y hospitalario), están los que se han elegido como hermanos para construir, soñar, irse lejos y volver como si nada. Y son los que uno sigue viendo, así hayan muerto, pues en este asunto de ser amigos, como pasa en el cuento de Benedetti y en Las crónicas del Sochrante, de Álvaro Cunqueiro, amigos vivos y muertos se encuentran en algún café o en un viaje (están allá, saludan, se encogen de hombros como pidiendo excusas), conviven y se siguen viendo casi cerca y de lejos, recordando, viviendo los que quedan por los que se han ido (esa es la tarea con los amigos) y, entonces, no hay dolor sino esa certidumbre del encuentro que será inevitable con el tiempo, pero al que se llega como a una fiesta, según dijo Borges y yo le creo. Y en esa lejanía, que no es tanta, alguien nos espera para darnos un abrazo. Esto lo dijo Walter Benjamin y es una certidumbre.
De lo que pasa después de morir, se sabe poco y resulta un asunto más imaginario que otra cosa. Los indios de Eduardo Galeano, dicen que la muerte hace parte de la vida. Los cabalistas, que es un paso necesario para volver a vivir y regresar a los amigos, los creyentes que es un irse a otra parte, a veces tan azarosa como el tártaro de los griegos o muy acogedora como el paraíso de los musulmanes. En el caso de los amigos que se mueren, ellos solo se van a la memoria de los que quedamos vivos y allí se instalan en un buen sillón, a fumar sin que les haga daño y a beber a nuestra salud. Se los ve muy tranquilos y sonrientes. Por esto, como sostiene Thomas Bernhardt en El sobrino de Wittgenstein, uno no debe ir a los funerales de los amigos, pues sería enterrarlos y olvidarlos. Lo mejor es dejarlos sueltos para poder encontrarse con ellos, así sea cerrando los ojos o situados en una carta, en un libro o en una palabra encontrada al azar.
Por estos días ha muerto mi amigo Gildardo Lotero Orozco, quien decía que lo habían nombrado Gildardo de Jesús debido a que su nombre era de bárbaro y había que cristianizarlo.
Acotación: La amistad es una manera de eternidad. Los que hacemos parte de la hermandad de los amigos, tenemos la virtud de no morirnos. Seguimos ahí, viéndonos.