Estación Malas Noticias, a la que llegan los predicadores del fin del mundo (pidiendo dinero para que no se acabe), los imaginadores de enfermedades que se sienten invadidos de virus por todas partes, los que viven sicológicamente enfermos (hipocondríacos), los que se hacen los enfermos y necesitan justificar sus faltas y no cumplir con sus responsabilidades, los morbosos (que deben sufrir de algún estado mórbido) y los buscadores de emociones fuertes que requieren justificar tanta pastilla que toman; los anunciadores de placebos que, en el miedo que se vive, buscan desarrollar otros (negocio es negocio y la oportunidad está en el desorden), los estudiantes de cine y sicología que quieren encontrar tema para sus trabajos de grado, los novelistas que esculcan temas violentos para convertir en letras al asesino que llevan dentro. En fin, llegan los que quieren confirmar sospechas, buscar tema para pelear con la mujer (y viceversa), crear desasosiego y certificar que las distopías que ha visto en las películas o leído en los libros (1984, por ejemplo) no son invenciones sino certezas. Gente con complejo de culpa, que son los más paranoicos y creyentes en teorías de la conspiración. Si, gente aburrida.
El miedo que vivimos (oímos, vemos, inventamos) nos está llevando a pensar todo el tiempo en la barbarie, y no porque sea una fijación sino porque esta es alimentada constantemente (a veces sin parar) por las redes y los medios audiovisuales. Desde 1970, estaban en los finales de la guerra de Vietnam, los noticieros de televisión comenzaron a pelear por el rating (la sintonía) y para ello optaron por transmitir lo peor y repetirlo, a fin de tener a muchos televidentes (que querían ser “testigos” del hecho) pegados de la pantalla. Y eso que hizo la tele, lo hizo la radio, creció a la prensa amarilla y hoy se ha tomado las redes, lo que indica que amanecemos sabiendo cosas horribles, almorzamos con otras peores y, al anochecer, quizá seamos seres insomnes buscando conspiraciones, gérmenes del tamaño de una esponja o virus asesinos en serie. Ahora, que todo se va convirtiendo en una sociedad coronavirus-paranoide, supongo que debido a que el virus es chino (una especie de nano-Fumanchú), volvemos a los tiempos del descubrimiento del Sida, del Ébola y de otras enfermedades de contagio, anulando cualquier alteridad: el otro es peligroso; lo que usa, una especie de maldición, que me toque o hable podría matarme etc. Y en este punto, los comedores de miedo se dan su festín de pensar atrocidades y legitimar gastralgias e intolerancias. O algo peor: de no ver ya nada bueno, pues eso bueno podría esconder un virus horroroso adentro.
Acotación: Que tengamos miedo, es normal, pero que mantengamos un miedo reciente (y recargable), ya es una enfermedad que nos acredita: la paranoia. Y en esta paranoia, exacerbada, infiernosa y lujuriosa, todo miedo chiquito es grande .