Estación Biblioteca Personal, a la que llegan los que se refugian y huyen de memes, fake news, teorías de la conspiración, análisis oportunistas, predicadores del fin del mundo, profecías (incluidas las de los Simpson) que se escurren, se ponen sobre la mesa y al final nada o simplemente lo que tenía que pasar por mera prospectiva; llegando también los que ya dominan cada espacio de la casa (descubriendo muchas cosas que no habían visto o tenido en cuenta), los que están hartos de mensajes telefónicos con los mismos corazoncitos, abracitos, señales de excelente y palabras cortadas, y los que ya se han cansado de estadísticas y videos con asepsias llevadas al máximo, imágenes del desorden y artículos confusos de los que persisten en seguir denigrando de otros o piden sacar al diablo a la calle para que lo acaben a punta de hipoclorito de sodio. En fin, los que ya no quieren saber más del morbo o delirio de los demás.
Biblioteca personal y cuarentena (ya se sabe que Newton, huyendo de la peste inglesa, se encerró con sus libros y terminó resolviendo el problema de la gravitación universal), mezcla necesaria para mantener la razón en equilibrio, entrar en otros mundos (la ciencia, la historia, la filosofía, los saberes prácticos) e ir sacando de ellos lo que nos hace humanos, más estables y fríos ante la situación, así como hizo Johannes Amós Comenio que, huyendo de pestes, guerras y hambrunas, descubre la mejor manera de no perder la memoria. Como resultado de cuarentenas y carreras, escribió el libro Orbis sensualium pictus (El mundo en imágenes), hablando de las cosas fundamentales (qué son) y de lo que hacemos en la vida (los oficios), texto para volver a recuperarnos y volver a crear una normalidad, pues cuando nos sentimos en peligro extremo, lo que teníamos por normal era una deformación y no esa suma de hechos minados constantemente por la enfermedad del olvido.
La biblioteca personal (Borges se hizo una), es un barco para navegar en aguas tormentosas. Pero en estas tierras (dadas al abandono), donde a la gente se le enseña a leer el nombre y una que otra cosa, pero no todos los nombres (el mundo es un compuesto del lenguaje), los espacios propios de lectura (los de cada uno según sus apetencias) no son comunes y, a falta de ellos, desesperamos (la ignorancia es agua hirviendo cuando pasa lo que no contextualizamos). Y así, dando vueltas como un hámster, la casa nos aprieta.
Acotación: En los peores días, el libro es el amigo. Y en ese libro, que se lee y acota (un texto produce otro texto), el mundo es más amplio, las nociones más precisas y la desesperación menor. Un buen libro es un puerto que permite llegar a otros puertos. Y en lugar de traer pestes, las cura. Eso se sabe.