Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com
Estación Identidad, a la que llegan los que sufren de desamor y cargan maldiciones por entrar mulas a las iglesias, los que desean a una mujer que termina preñada por un desconocido, los que hacen cola para entrar al infierno (van con su puma y su Cristo de los nubarrones) y conversan, las mujeres que quedan ciegas lentamente, los que pescan peces en las fuentes públicas de la plaza, los que tiran cuchillos nombrados con los días de la semana, los que ven en la pelea de gallos una última oportunidad, los que se mueren quitándole trozos a la vida, los que cargan estampitas de todos los santos y santas, los que están siendo llevados por el diablo y por Dios, los que cantan y gustan de tangos como Chorra, los enamorados con el corazón perdido, los que tuvieron una mamá que cargó revólver, los de Balandú (que es un pueblo doble y mágico de las montañas), los que se dejan pintar por una mujer que los idolatra, en fin, ahí están en la cola. Ahí están y no se dejan morir.
Hace cien años nació y 25 que se murió y sigue siendo Manuel Mejía Vallejo, el escritor del ron (que es trago para pensar mujeres), las empanadas y los buñuelos grandes con café con leche (así lo conocí en su finca -Ziruma- sin hablar de literatura sino oyéndolo contar chistes), el de los perros grandes y blancos (Bilán se llamaba uno), el de los caminos andados e imaginados, el que sabía más de mulas que de caballos (el caballo se deja matar, la mula no). Y en este conocerlo, que fue una repetición de idas a su casa de la montaña, Dario Ruiz Gómez le pescaba recuerdos y Jaime Jaramillo Panesso los desordenaba para que Manuel los barajara de nuevo y sacara una carta de la suerte, que a fin de cuentas la vida es eso, una carta que acusa en oros, copas, bastos o espadas.
La literatura (y en este caso supera a la historia) es la que muestra la identidad de un pueblo, sus miedos y alegrías, sus tradiciones y herejías. Y esa identidad son palabras y las palabras memoria, fundaciones, desmesuras, puertas que se abren y entran a los patios o caras que miran por las ventanas. Y con palabras (hablo de las de Manuel Mejía Vallejo), se construyen haceres, paisajes, amores eternos que no duran más de cuatro meses (eso leí en una de sus coplas), soledumbres y un nosotros. Manuel Mejía Vallejo es un nosotros aquí, cerrando los ojos y viendo lo que pasó. Las mujeres viejas saben mucho de estas cosas.
Acotación: De los varios tipos de antiqueños, Manuel Mejía Vallejo narró al del suroeste y ese antioqueño fue todo el mundo en unos ojos y unas manos, en una filosofía de te gano muerte. Y le ganó.