Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com
Estación Devastación, a la que llegan estudiosos de Atila, Genghis Kahn y Tamerlán (el temúrida que fue culto y cruel como ninguno); expertos en avances sumerios, babilonios, griegos, cartagineses y romanos (dados a caballos, elefantes, barcos con espolón y catapultas); amantes de las cruzadas, que primero fueron contra los árabes y después contra Bizancio (la misma gente matándose entre ella); analistas de las guerras religiosas y de Flandes, abundantes en masacres unas y en rendiciones corteses otras (ver el cuadro Las lanzas o La rendición de Breda de Diego de Velázquez); buscadores de claves en Tratados al fin violados como lo hicieron los ingleses con los chinos en la guerra del opio (contra los bóxer, que fue una lucha por el mercado del vicio); historiadores que reestudian las guerras entre Huáscar y Atahualpa, y los yucatecos y tlaxcaltecas contra la ciudad de Tenochtitlán; admiradores de Napoleón Bonaparte, al que prácticamente acabaron los británicos, holandeses y prusianos en la batalla de Leipzig, que fue una carnicería; fotógrafos que miran con cuidado si hay retoques o cambios en las fotos y filmaciones de la primera y segunda guerra mundiales. En fin, gente haciendo fila y oliendo a cañón y pólvora, dando parte de la guerra.
La historia humana ha ido de palazos y agresiones con piedras a bombardeos con napalm y ciudades borradas de manera atómica para doblegar al enemigo. Y en este cuento, en el que reporteros y escritores hablan de operaciones de bandera falsa y miserias nunca vistas (leer a Vasili Grossman), se crean héroes y se analizan los vencidos (Mario Puzo hizo un buen trabajo en Arena Sucia y Curzio Malaparte en Kaput y La piel), se habla de reconstrucciones y posguerras, de juicios e inicios de otras guerras, pues ya hay gente que sabe vivir de ellas (armas y disparos son un buen negocio) y hay que mantener en caos fragmentos de la tierra.
Y bueno, de cada guerra se dan partes (anuncios de cómo van y a qué se deben) que se tocan de propaganda y noticias falsas, de documentos secretos que comprometen a unos y a otros, de espías y analistas financieros que buscan la manera de regular los costos (ayudas) y quién los debe pagar, pues la última parte de una guerra se cifra en salvar las deudas y la manera de pagarlas, sea en tierras, industrias o sometimientos económicos. Y sí, ahí vamos, oyendo hablar de monstruos y corruptos, de nuevas armas y poderes mundiales que tratan de no perder sus mercados. Y ya vendrán las fotos de los vencedores, que fueron peores que los vencidos. Esto es una herejía, pero por eso acabaron con el otro, así se diga que no.
Acotación: el mayor logro de una guerra es salir humanos de ella, decía George Orwell. Pero ni con los Tercios de España, y todos sus cantares, se sale bien de ahí.