Estación Pasar La Raya que, en tiempos de encierro y democracia hilarante, de virus abundantes y tanta bulla, invita a violar las normas, saltarse los avisos de prohibido y darse ínfulas de yo hago lo que me da la gana, pues soy libre y libertino, mi vida me pertenece y si no les gusta no se metan. Y bueno, ahí hacen fila los que mienten con descaro soltando toda clase de desvaríos, los que bailan amacizados en los parques, los que escupen y estornudan en plena calle, los que ya ni se tapan la boca porque necesitan estar hablando o insultando a los gritos. Y en medio de esta algarabía (que más parece un cuadro vivo de El Bosco), la vida fluye peligrosamente, se camina por la cuerda floja y abundan las risas y los que miran con ojos de a mí qué. Así, la pulsión de muerte freudiana hace de las suyas y lo tropical es lujuria y riesgo, espacios sin tiempos y hasta brujería.
Es claro que, en tiempos de pestes, hambrunas y guerras, mucha gente se desborda porque está desesperada, el futuro no le llega y entonces la vida en paz y ordenada se convierte en libertinaje, desorden y actos de ilusionismo. Si no hay espacio, si no hay seguridad, si la certeza es algo mutante, si los dirigentes no paran de pecar, se actúa como un esclavo liberto que creía que la libertad era hacer lo que quisiera violando todas las reglas y costumbres sanas, tirándose al mundo como un cometa y tratando de demostrar (o de creer) que ya nada malo lo tocaría. Y que, si lo tocaba, eso ya estaba escrito y entonces lo que el destino quisiera.
En tiempos peligrosos (la infodemia los plantea peores), la depresión y el entusiasmo producido por desórdenes hormonales, los amuletos y el vivir aquí y ahora, confunden la libertad con el libertinaje. La libertad, que se hace con normas y límites, pues no es hacer lo que yo quiero sino lo que debo hacer porque así soy humano, que plantea a qué obedezco para no perderme y cuáles son los puntos necesarios para que estar vivo sea bueno, cuando es tocada por la locura se rompe (toda libertad es frágil si no se ha vivido) y se convierte en un maremágnum y un pandemónium (todos son diablos y van en desorden), y en este caso pasar la raya se vuelve cotidiano, igual que se han vuelto cotidianas la confusión y la falta de futuro claro. Y así, ojalá (lo que D’s quiera).
Acotación: la libertad es producto de la educación debida, en la que nos situamos para saber vivir. Pero si esa educación ha sido mala, si juega más con ilusiones que con realidades, si no plantea disciplinas para estar vivo y cuidar el ambiente sino hacer ruido, qué podemos esperar.