Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com
Estación Tejido (también Trama), a la que llegan los que muestran qué comen y dónde, los que dicen que están viajando y se fotografían frente a estatuas y edificios (o en su defecto usan mapas de vuelo), los que opinan sobre política y si no saben se quejan y hasta se ofuscan, los alterados con el vaivén del dólar (prediciendo y resbalando), los que recuerdan a los suyos en fotos viejas o usando frases con fondos de colores, los que no paran de mostrarse a sí mismos en un delirio narcisista creciente, los que envían arte para que la memoria sensible permanezca, los que ofrecen cursos de inglés milagrosos, los que hablan de huertos y frutos y ofrecen plantas medicinales, los que alientan el miedo hablando del fin de los tiempos o de virus que se trasmutan en otros más peligrosos, los que usan la historia a través de las curiosidades, en fin, las redes son un documento que dice quiénes somos nosotros en estado variado, lo que seguramente pondrá en dificultades a los extraterrestres que nos analicen.
Anteriormente la información nos llegaba más tarde, lo que permitía espacios tranquilos durante días (rutinas según el oficio, buen uso de costumbres, lecturas espaciadas, conversaciones). Pero ahora todo se “sabe” de inmediato: basta encender un celular para que se la pase sonando (como si todos trabajáramos en un Call Center), ya para recibir llamadas a cualquier hora (irrespetando lugares de trabajo e intimidades) o datos provenientes de suscripciones a canales, plataformas de datos, mensajes de texto (con memes y estados alterados), presiones para pagar facturas, ofertas publicitarias (por lo común diciéndonos que lo que usamos ya está viejo), oraciones para que D-s no se vaya, en fin. Enredados en la red, vigilados en lo que hacemos (o vigilando), nos llenamos de datos que aportan poco, llevan más a emociones que a hechos y nos hacen perder tiempo de manera permanente. Ya no somos eficientes sino intermitentes.
¿Cuánta información necesitamos para vivir al día? No mucha. Con la pertinente para manejar nuestro espacio cercano y lo que toca con nosotros, sería suficiente. La información pausada, la que permite el análisis (causas y efectos), lleva a que las decisiones sean correctas y a que la inteligencia funcione con datos precisos, permitiendo cambios acordes a lo que se hace y al tiempo y lugar en que vivimos. Pero no, ahora la información es una avalancha global, interviene descarada en la vida diaria y, en esta contaminación, aparece un Ya neurótico que contagia y propicia errores, trabajos mal hechos y estados mentales difusos.
Acotación: contaminados por el Ya Todo y negados a cualquier lentitud, presumiendo, nos informamos de lo que al día siguiente se contradice, porque el enredo de las redes es esto: soltar emociones para creer y no para saber. Y así, cortos de análisis, los errores se multiplican