Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com
Estación Medioevo, a la que llegan sobrevivientes de pestes diversas en pócimas y oraciones vanas, y testigos o actores de guerras que hablan de bárbaros, extrañas máquinas de guerra y combatientes de un solo ojo con colmillos largos y sucios; seguidos por los que describen hambrunas y pozos con aguas amargas y podridas, campos secos y lluvias enfurecidas que desbordan ríos y mares, dirigidos por predicadores que anuncian lo peor, pues llegan tiempos malos en los que se crían diablos y diablesas (la corte de Satanás es inmensa y lúbrica) que son miríadas tan grandes y terribles (no hay número que alcance) como nubes de langostas hambrientas que oscurecen el cielo mientras devoran o dañan lo que hay a su paso. Y en este punto, creciente en ruidos raros y caras largas y pálidas, de gente a la defensiva y cosechas de miedos, lo que se ve es lo peor, incluyendo hospitales para el buen morir y milagros que no llegan debido a los tantos pecados (el infierno de Dante es extenso) y pecadores que, en lugar de arrepentirse, mienten. Y bueno, el mundo es oscuro.
Cada tanto, cuando abundan las confusiones y los muchos actos fallidos (la diplomacia es una, la economía es otra), el demonio de las mil caras y brazos (o los muchos diablos que se transforman según las circunstancias), vuelve y aparece. Y como no tiene cuerpo, sino que es una construcción de ideas en desorden (a veces es algo líquido como en los libros de Zigmunt Bauman), lo sentimos cerca según sea la información desmesurada y sin análisis que llega, la excitación de las personas tóxicas o lo que hagan los gobiernos contradictorios. Y ya no es un diablo con cachos y cola, olor a azufre y ojos rojos (imagen que ha servido para desinfectantes), sino un creer que lo peor está presente y hay que aumentarlo y buscarlo en otros y en las distintas fobias (y prejuicios) que creamos para poderlo certificar.
Como en los tiempos puritanos que narra Nathaniel Hawthorne (La letra escarlata es su gran novela), la necesidad absurda de lo obtuso y miedoso campea (es un ejercicio de la pulsión de muerte) y todo está mal, lo que sucede es un golpe y la fealdad reemplaza a la belleza, la inseguridad a la convivencia, la sinrazón a la razón y el odio a todo intento de diálogo. Y bueno, el diablo hace de las suyas, especialmente en las redes y las ideologías alimentadas por el deseo y no por sus fundamentos. Y, como diablo, demonio, Satanás o el viejo Satán, la situación agrede y se alimenta con solo lo malo.
Acotación: es claro que vivimos en sociedades del miedo, de derechos que atacan a los derechos del otro, de soluciones guerreras y de propaganda alterada. Y el diablo, feliz: lo hemos inventado de nuevo.