Estación Susto, a la que llegan grandes y bajos, gordos y flacos, gente con tapabocas y otros estirando la boca, sin que falten los que no saben qué hacer con la nariz tapada o aquello que se les ha metido entre los dientes. Los que no han dormido o lo hicieron mal también están allí, al igual que los que bostezan y los que llevan una ropa impecable que no hace juego con las paredes llenas de avisos y rayones, y al lado (paralelos u oblicuos) los siguen, con su ropa de tres o cuatro días, los que se enseñaron a las costumbres del encierro y pandemia, tiempo en que se puso de moda usar piyamas y sudaderas de uso semanal y continuo. Y entre la fila, de mala gana, se ven los que tratan de concentrarse en un libro, un periódico o la oración de una estampita y miran mal al vecino, los que se patean a sí mismos y los que oyen las noticias con los ojos muy abiertos. Lo peor está próximo, ha escrito alguien en un muro.
En este mundo de apestados y vacunados, de antivacunas peligrosos y paranoicos, de gente que miente descaradamente y de profetas de la destrucción (deben estar enfermos de algo terrible para ver tantos males), mantenerse al día se ha convertido en una manera de habitar la locura o los bordes del infierno, pues lo que se dice, se ve y se publica no habla de ordenarse en los nuevos tiempos ni de crecer la economía por la base (como pasa después de las hambrunas y las guerras), de educarse de acuerdo con lo que está pasando ni de volver a humanizarnos (lo que es una urgencia), sino de enemigos armados hasta los dientes, políticos que se acusan, tiempos venideros azarosos y múltiples dosis de esto y lo otro. Es que no vivimos, sino que supervivimos.
En un mundo de sustos continuados, de gente que se miente y da por cierto el producto de sus fantasías, de fantasmas de la vieja propaganda que son traídos al escenario y de odios nacidos de la ignorancia social (producida por no vernos más que a nosotros y según la clase-dinero que habitamos), el ambiente se enrarece: ¿dónde está el futuro de los jóvenes? ¿En qué línea la suerte económica del país? ¿Dónde la convivencia necesaria para el trabajo en equipo? ¿Cuándo la lucha decisiva contra la corrupción que destruye lo que se pudo construir? Nada de esto se sabe y solo se ven caras que se insultando, algo parecido a los cuadros de Débora Arango.
Acotación: es claro que no estamos viviendo, sino superviviendo. Y en la supervivencia, que es agarrarse a la vida en condición de parásito, puesto todo sirve para resistir cada día, nos deshacemos y perdemos todo interés que no sea el de resistir. Y esto es lo que pasa en el país: estamos resistiendo. No más