Estación Contagio, a la que llegan los que tosen cantadito, corto, seco (y de manera larga, que suena sorda y pone en evidencia bronquios y pulmones); los que estornudan y se mueven como marionetas que se están desbaratando; los que lucen granos sospechosos o se cubren las supuraciones y heridas con gasas estampadas con barcos, pajaritos o imágenes de Batman; las señoras de pañuelito bordado y pasado a alcohol: los de ojos lacrimosos y rojizos, luciendo una cara larga; los pálidos y amarillos, que más parecen un perchero con la ropa colgada. Pero no solo son enfermos, enfermizos o gente que tiene diseño de apestado la que llega a este sitio. También son los que repiten ideas de propaganda y mentiras; los que cargan malas noticias y se inventan cosas; los generadores de miedo y los expertos en mortandad masiva y teorías de la conspiración que hablan de reducir la Humanidad a un tercio, pues no hay agua ni comida para tantos que no paran de mirar el celular y se amontonan de manera vertical.
De guerras y de pestes se compone buena parte de la historia. Peste en la edad media (la bubónica), peste en el siglo XVII (más bubas), peste en los inicios del siglo XX (la gripe española) y después la peste proveniente de gallinas, cerdos, micos africanos (eso se dijo del sida) y ahora de chinos. Lo anterior indica que vamos de menor a mayor y los virus (que no se acierta a saber qué son porque mantienen mutando) cada vez son más evidentes (no sé si peligrosos) debido a las ganas que tenemos de que se acabe el mundo o de vivir emociones fuertes como en los videojuegos. Lo cierto es que a más gente junta más contagios y, en la sobrepoblación y minimización del espacio, más paranoia.
Pero hay pestes (la palabra nace de los malos olores, la pestilencia) que no tienen que ver con organismos parásitos sino con actitudes. La peste de la mentira, que se ha tomado todos los ámbitos y nadie se preocupa por combatir; la peste del mal gusto, cada vez más amplia; la peste de los escándalos y la peor de todas: la de la corrupción, que se come lo que sea sin que haya ningún control. Estas últimas pestes que flotan en todos los escenarios y con las que muchos se quieren contagiar (nacidas del individualismo y egoísmo exacerbados), crean los climas que vivimos de desasosiego, incredulidad, pesimismo y destrucción de las costumbres. Y ahí vamos, apestados y saltando de una peste a otra.
Acotación: Albert Camus escribió La Peste, una novela en la que habla de una pandemia real (virus de ratas) y de otra moral, corrupción, siendo esta la más terrible, pues la cura exigiría un cambio de sistema. Si entre apestados no nos acercamos, en la inmoralidad nos destruimos.