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José Guillermo Ángel
Columnista

José Guillermo Ángel

Publicado

Sobre tanto embolate

Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL

memoanjel5@gmail.com

Estación Decisiones Indecisas, a la que se llega por desespero y asesorías inadecuadas, por presiones de los sectores económicos que viven del hoy (turismo, divertimento, juego), por obediencia ciega a principios que ya no operan (ideologías sin actualizar), por fanatismo debido a la mala educación y miedo a fantasmas inventados; por huir de una situación que aflora (la naturaleza nos supera y de nada valen ilusiones), negarse a los acontecimientos que crecen a causa de la mala planeación de la economía y el desborde de las ciudades, la falta de control institucional (ahí no ya están los mejores), la propaganda exagerada que insiste en mentir y el no admitir que el mundo cambia. Y en este desorden, abundan los cansados, los frustrados, los paranoicos y los profetas del malestar, que antes que criterios lo que crían son delirios. Y esto, a la par que crece una información desbordada que no hace otra cosa que fomentar el pesimismo y otras maneras de alegar el fin del mundo. La libertad de expresión se ha convertido en libertad de generación de caos.

Este año (2020) ha sido de días virulentos. Y entre los muchos virus, liderados por el covid-19 (que no respeta a nadie y por lo visto ni a las vacunas), abundan otros que tocan la economía, pues se insiste en lo de antes (el consumismo desmesurado de bienes y emociones) y no en formas de trabajo ordenadas que admitan la cadena de uso de todos los sectores (una ruralización segura que crezca, una buena transformación de materias primas, una red de infraestructuras que faciliten industrias y el cubrimiento de necesidades básicas). Y a esto lo siguen los virus sociales. La política se convirtió en pelea de intereses y no en factor de ordenamiento social; la educación profunda (con análisis) en algo que se teme y la ciencia en algo que busca mercados, cuando no tecnologías para asustar al otro.

Como diría cualquier señora tradicional, estamos viviendo un embolate. Y en este embolatarse, donde los caminos se tuercen y revientan, la moral desaparece y se convierte en mera supervivencia o en aferrarse al egoísmo, y la inteligencia ya no se ordena por primacías (que debe ser lo primero, lo segundo, lo tercero) sino que se diluye en emociones, entramos en un embolate continuado que no para variar, para mayor desorden. Un embolate grande y gordo, torpe y delirante que enmaraña y embrolla, dilata y demora. Y bueno, ahí estamos.

Acotación: perdida la confianza en el lenguaje (que nos dice cómo pensamos), en las acciones debidas para que haya orden, en las religiones que rezan, pero no organizan, y en el futuro de lo que hacemos, nos sentimos embolatados. Y el asunto es aquí y allá, pues el embolate como el virus hace de las suyas por todas partes. Hoy, ser terrícolas no es fácil. Es un riesgo.

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