Una de las palabras clave que ha tenido este extraño 2020 es Zoom. Deriva de una cuarentena que a su vez deriva de una pandemia que enfrenta el mundo desde comienzos del año. Una pandemia que nos obligó, en cuestión de días, a reinventarnos, que nos exigió quedarnos en casa cuando pensábamos que salir era imprescindible para nuestra vida y que nos pidió sustituir muchas reuniones presenciales por videoconferencias. Que el contacto físico lo sustituyó por una cantidad de cuadraditos que aparecen en nuestros computadores, cada uno con un nombre y con un rostro.
Una cuarentena que hizo trasladar la oficina a nuestra casa, a veces con el alto costo que esto trae, porque se eliminan barreras entre el ámbito laboral y el privado, ya que todo sucede en un mismo lugar. Pero también con las ventajas que trae el estar más tiempo en casa, compartir en familia, asumir mejor algunas tareas del hogar, entre otras.
Zoom lanzó su primera versión en el año 2012, pero esta contingencia lo llevó a pasar de 10 millones de usuarios a 300 millones. Antes era una aplicación adicional. Ahora es una necesidad.
Zoom es un lugar sin serlo, en el que hoy simultáneamente pueden ocurrir todo tipo de encuentros: reuniones laborales, aulas escolares y universitarias, juntas de vecinos, simposios, clases de pilates, de guitarra o pintura, citas médicas o psicológicas, cálidos encuentros de promociones de colegio que no se ven hace décadas, reuniones familiares con integrantes conectados desde todas partes del mundo y hasta misas y ritos de diversos tipos.
Esta aplicación ha dejado atrás redes sociales tan conocidas como Facebook o WhatsApp o plataformas como Google que hasta ahora tenían muy limitada la comunicación simultánea de varios usuarios. En las últimas semanas han acelerado la actualización y han permitido que más personas se unan a una misma reunión, pero zoom les llevó la delantera.
Confieso también que temo que cuando acabe la pandemia, los humanos queramos sustituir la presencia física por reuniones de Zoom las cuales, aunque pueden aliviar la carencia de vernos físicamente, no puede reemplazar los encuentros cara a cara.
Un artículo publicado en el diario El País de España cita las conclusiones a las que han llegado Gianpiero Petriglieri, profesor de INSEAD y Marissa Shuffler, profesora de la Universidad Clemson, que indican que este tipo de reuniones pueden generar un estrés adicional porque se pierden elementos claves de comunicación como el tono de voz, parte de las expresiones faciales y los gestos físicos. “El participante se ve obligado a prestar más atención y en la conclusión, en especial si la reunión cuenta con muchos participantes, puede resultar más agotadora”. También eleva muchísimo las horas en las que pasamos frente a un computador, lo cual aumenta los niveles de estrés.
Es buena una dosis regulada de zoom - así como de otras aplicaciones y plataformas - pero espero que esta sobredosis que estamos teniendo sea momentánea, que las reuniones presenciales puedan volver pronto a nuestra vida para que de manera real y no computarizada, podamos volver a vernos las caras.
* Fraternidad Mariana de la Reconciliación