No hay duda de que las oportunidades suelen vestirse de crisis. En estos días, con la alegría de quien descubre que floreció la matica del jardín por la que ya no dábamos un peso, hemos visto florecer también la solidaridad, entendida como “el valor humano por excelencia, que se define como aquel sentimiento que mantiene a las personas unidas en todo momento, sobre todo cuando se vivencian experiencias difíciles”.
Antes de seguir, les voy a presentar a una señorona encantadora. Se llama Azucena Vélez Restrepo, cuya hoja de vida puede resumirse en pocas palabras: maestra de primaria, socióloga, master en Desarrollo Económico de la Universidad de Pittsburgh, profesora universitaria y gerente de la Asociación Mutual Compartir durante treinta años. Hoy, desde su terraza llena de bonsáis y orquídeas que cultiva con paciencia, sigue insistiendo en “el cuento del mutualismo”. Pero de esos asuntos hablaremos después. Hoy, concentremos esfuerzos en su prima hermana, la solidaridad, de la que dice Azucena: “Es la palabra más repetida durante esta pandemia. Y yo siento mucha complacencia, o como dicen los jóvenes, ‘un fresquito’, por esa reiterada solicitud de ayuda que hacen gobernantes, dirigentes, periodistas, columnistas, predicadores religiosos y muchos otros en las redes. Anhelo que esta pandemia sea aprovechada para contagiar de solidaridad nuestra sociedad en lo familiar, lo comunitario y lo político. Llegó el momento para aceptar que somos la Gran Familia Humana”.
Creo que el sentimiento de Azucena es general. Así como no hay fea sin su gracia, esta crisis también ha mostrado que, dentro de todo lo mala que pueda ser una situación, siempre hay un brote de esperanza. Este rato entre paréntesis ha despertado en empresas privadas, entidades públicas y gente como usted y yo, la conciencia de ayudar. Sí teníamos corazón debajo de esta piel tan dura, y el Estado sí podía ocuparse de los que están más llevados del que sabemos.
Han florecido las manifestaciones espontáneas de ciudadanos compasivos que hacen mandados para los ancianos, las cadenas de ayuda humanitaria y los teléfonos abiertos para recibir desahogos ante situaciones de alto estrés, problemas de familia, ansiedad, soledad y otras crisis. Uno de ellos, con experiencia comprobada, es el Teléfono de la Esperanza: 448 29 45, extensión 3, en Medellín.
Sabíamos, de sobra, que el mundo es desigual e inequitativo, pero este aislamiento nos ha mostrado que es más efectivo ayudar que criticar. Cada uno, desde su capacidad, tiene la oportunidad perfecta para experimentar la grandeza de dar. Pagarles a las señoras de oficios varios sin que trabajen, compartir víveres en reserva con ellas o con algún familiar cercano cuya despensa se haya visto afectada, ofrecerle al joven de los domicilios una propina más robusta que de costumbre, en fin, son pequeños actos de generosidad que en momentos como este representan un alivio para alguien.
Puede sonar a frase de cartilla pastoral, si se quiere, pero muchos sentimos que también es la oportunidad de salir de esta crisis mucho mejor que como estábamos. “Si abres tus manos para dar, quedan abiertas para recibir”. ¡Que sea un motivo, pues!.