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Soñar más que ver y oír

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Por Julio Llamazares

Como cada verano, vuelvo a mi tierra de origen buscando el reencuentro con la memoria, que no es más que una serie de paisajes y de personas que permanecen en ellos desde que las conocí y que me acompañan siempre en la lejanía. Como cada verano, busco en la tierra en la que nací el humus cultural y emocional del que procedo y que me sirve para guiarme en la vida aunque en la realidad aquel cada vez sea más difuso.

Los años pasan dejando huella y a veces uno tiene la sensación de que inventa más que recuerda y sueña más de lo que ve y oye. Aunque como escritor me guste repetir lo que Miguel Torga, el gran narrador portugués, le respondió a un periodista que lo visitó en su pueblo, Sâo Martinho de Anta, en la región norteña de Trás-os-Montes, al que regresaba siempre en verano desde Coimbra, donde vivía, y que le preguntó si iba allí a inspirarse: “No, vengo a recibir órdenes”. “¿De quién?”, le preguntó, sorprendido, el periodista. “De mis antepasados”, le dijo Miguel Torga, quien no era muy amigo de dar explicaciones ni entrevistas.

En algún punto de sus Diarios, esa monumental obra que Torga fue escribiendo a lo largo de su vida, el escritor confió también a sus lectores algo que uno comprende bien, porque lo comparte. Llego a mi casa, decía Miguel Torga (le cito de memoria, pues no tengo aquí sus libros), enciendo la chimenea y me quedo en silencio mirando las llamas durante horas porque siento que mis palabras no están a la altura de mis sentimientos. Exactamente es lo que le pasa a uno cada vez que regresa a su tierra natal, ya sea ante el fuego o ante las montañas o escuchando en la noche las cigarras. Volver es comparar y descubrir que todo sigue igual pero que nada es ya lo mismo porque uno ya no es el mismo, no porque el mundo no lo sea. El tiempo cambia nuestra percepción de él como el paisaje cambia con la luz pese a que su realidad no lo haga.

Como uno, en estos días muchos serán los que vuelvan a sus lugares de origen o de vacaciones y lo harán buscando ese reencuentro con el tiempo que parece repetirse cada año pero que en realidad es una ilusión, pues el tiempo no vuelve, como todos sabemos. Seguramente en eso consiste la fidelidad (a los lugares, a las personas, a nuestros propios sueños e ideas): en engañarnos a nosotros mismos diciéndonos que todo sigue igual cuando sabemos que no es cierto, solamente lo parece

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