La joven aparece arrodillada, desconsolada y con las manos en el pecho de su madre, mientras su hermano menor, al otro lado, apoya su cabeza en el hombro de la pobre señora y le toma una mano. Ella sentada en un trono, con su cabeza apoyada en un enorme almohadón, se observa insensible a las caricias de sus hijos y con la mirada perdida. ¿Está loca? ¿Podría la joven hija cambiar el mundo? Se trata de una pintura del barcelonés Pelegrí Clavé del S XIX.
La madre había dicho con frecuencia a su esposo que su principal consejero no era de fiar, hasta que este le creyó y lo mandó a la hoguera. Desde ese momento los desvaríos de la madre se hicieron más patentes.
Muerto el padre, le sucedió el mayor de los hijos, de un matrimonio anterior. El devenir de la madrastra e hijos se volvió incierto y angustioso. Los tres fueron enviados a una pequeña fortaleza, en una meseta descampada. Cuando el hijo sucesor, reconocido como impotente, tuvo una hija, separó a sus dos pequeños hermanos de la madre y los trajo a la Corte para que juraran fidelidad a la recién nacida: la apodaron Juana la Beltraneja.
El sucesor no se supo ganar el afecto de los nobles. Estos, en un acto de vudú renacentista, acribillaron en una plaza un muñeco de trapo con la figura del rey: él se llamaba Enrique IV. Lo querían derrocar y reemplazarlo por su pequeño hermano.
Fue la primera guerra civil de lo que más tarde sería España: en un bando los hijos de la Loca, del otro el Impotente y su pequeña Beltraneja.
En medio de la lucha se arreglaron matrimonios, se concertaron acuerdos y murió el pequeño que quería desplazar al grande. No quedaban sino Enrique IV, su pequeña hija y la hermana media.
Lo de media es un decir, pues era una hermana de cuerpo entero y ¡Con qué figura y qué carácter! Muerto el pequeño aspirante, la guerra civil continuó entre el mayor y la que creían media. La niña desamparada y sin futuro del cuadro de Clavé, se alzó con el triunfo. Había crecido en medio de privaciones y dificultades, de guerras con los países vecinos y guerras internas entre los nobles. Vio a los nobles robando a otros nobles y a otros menos nobles. En ese desorden soñó una España Grande.
Se casó con quien quiso, al escondido, con autorizaciones falsas y se negó a casarse con quien le querían casar (No pasaría lo mismo a los hijos), algo inusual en la época. Se puso la corona en ausencia de su marido, sin siquiera contarle lo que ocurría. No se conformó con ser una reina consorte, como era la usanza, y él, en medio de gran disgusto, tuvo que resignarse con ser el consorte de la reina. Él también sería más tarde rey de su otro pueblo.
La llamaron Isabel la Católica y es la líder más importante en la historia del mundo hispano parlante: con el apoyo de su marido reconquistó el reino de Granada luego de 700 años en poder de los moros, hizo las paces con Portugal, pacificó a España y la unificó. Contrariando a sus sabios consejeros y a su marido, apoyó a Cristóbal Colón, gestor de una de las hazañas más grandiosas en el desarrollo de la humanidad. Expulsó a los judíos y apoyó de manera irrestricta la Gran Inquisición, hoy enormes errores, pero que en su época se veían con otro lente.
Una pequeña niña, quien parecía relegada a una vida desafortunada, soñó y cambió el mundo. Como ella, debemos soñar una Colombia mejor.