La vida hay que entenderla como una expedición, tanto en lo cotidiano como en los grandes proyectos que se tejen. Uno despierta, y a pesar de los planes, no hay certezas de cómo terminarán.
Una periodista ecuatoriana, a quien admiro profundamente, Sabrina Duque se llama, hacía un trabajo a principios del año pasado sobre la relación de los nicaragüenses con sus volcanes; sin embargo, cuando comenzó la revolución de los nietos del sandinismo, cuando empezaron a contarse muertos por puñados, como explica en el prólogo de su libro “Volcánica”, se dio cuenta de que el proyecto con el cual había ganado la beca Michael Jacobs, no sería escrito como lo había planificado.
Lo mismo le pasó a Paul Gauguin en la historia que cuenta Somerset Maugham en “Soberbia”, esa novela corta preciosa que, sin lugar a dudas, le puede cambiar la vida a alguien porque justamente es la historia de quien cambia su vida como si ese mismo día se dijera: “voy a dejar de fumar”, y no vuelve a fumar. Pero esperen me extiendo un poquito más en esta historia particular de Gauguin. Resulta que él era un hombre adinerado, con un cargo importante en Londres, una familia hermosa, en fin, todo lo que la sociedad considera perfecto; pero un día se va de la casa sin dar ninguna explicación porque resulta que su mayor deseo había sido pintar. ¿Y un hombre hecho y derecho puede cambiar de vida? Pues sí, al menos así queda contado en la novela que les digo y gracias a eso la humanidad cuenta con las obras de Paul Gauguin.
La vida hay que entenderla desde las minúsculas señales. Tú planeas, sueñas y el día a día se sale con la suya. Uno quisiera llegar a un sitio y termina en otro. Recuerdo que hace poco planeé con un amigo un viaje al Chocó, lo haríamos por carretera para conocer un poco mejor las entrañas del país. Todo estaba listo, incluso días antes fuimos a la terminal de transportes para conversar con algún conductor sobre el estado de la vía, los sitios más complejos. Justo el día que saldríamos se complicó por manifestaciones e Invías reportó nuevos derrumbes que daban como conclusión un cierre total de la vía. Nuestros planes cambiaron. No fuimos a Chocó esa vez, yo terminé recorriendo Betania, los Farallones del Citará, Ciudad Bolívar y, como si fuera poco, como si quisiera retar una parte del destino, pues seguí hasta El Carmen de Atrato. El viaje fue maravilloso, distinto, increíble.
La vida, las expediciones son una sorpresa, y uno debe estar atento a descubrirlas. La vida es una casualidad perfecta, como cuando te pierdes, sientes hambre y al tomar una curva, la naturaleza te da una guanábana gigante en la mitad de la calle, madura y tú te sientas a comértela con la mejor vista que te pueden dar las montañas.