Por david e. santos gómez
A mediados de 2016, cuando las urnas británicas sorprendieron a medio mundo con su decisión de abandonar la Unión Europea, la conclusión generalizada era que el continente había sufrido un mazazo mortal. El acuerdo económico y social no tenía cómo sobrevivir sin Londres, una de las tres patas junto a París y Berlín que sostiene a Bruselas. Con el Brexit se iba la isla, pero Europa era quien sufría.
Ha resultado ser todo lo contrario. Dos años y medio después de las votaciones, la primera ministra Theresa May no encuentra la forma de que su parlamento acepte lo que para ella es “el mejor acuerdo posible” para abandonar la UE. El Reino Unido se despedaza políticamente, la ciudadanía está más divida que antes, y los caminos del retiro están lejos de ser claros. Todo es un desastre mayúsculo e incomprensible tanto para el Gobierno conservador como para los británicos.
El tiempo se escurre en las manos de una clase política incapaz de encontrarle el giro a semejante reto. Para finales de marzo el Brexit debe concretarse, pero hoy no hay ninguna certeza sobre cómo será el proceso. No hay antecedentes de la retirada de un Estado miembro y, como todo ha tenido que hacerse por primera vez, Londres lo paga.
Luego de meses de negociación, escritura y reescritura del camino de abandono, llamadas y reuniones de las partes, posturas firmes y cesiones de lado y lado; nadie sabe qué sigue. Se ha vuelto al punto de partida. Quizá lo que venga sea una salida sin acuerdo (desastrosa para todos los involucrados) o incluso una nueva votación, lo que representaría más fractura social y un ataque frontal a las formas democráticas: repetir lo que el pueblo ya decidió.
Pero Bruselas, afectada también, se mantiene firme. Dice que no volverá a la mesa a negociar lo que acordó con May para el proceso de salida porque no es responsabilidad de la Unión que las cosas no salieran como se vendieron desde el euroescepticismo. Esa irresponsabilidad de la demagogia británica tendrá consecuencias que deben ser pagadas. Implicaciones que van mucho más allá de los millones de euros porque el Reino Unido, con las raíces hundidas profundamente en Europa, dejará buena parte de su alma cuando la abandone.