Querido Gabriel,
¿Cómo se construye tejido social?, me preguntó. Cuando te oigo, respondí, pienso en un telar, en la trama y la urdimbre, en la lanzadera, en los bastidores, en ese delicado sistema, en apariencia simple pero profundamente complejo, resultado de siglos de perfeccionamiento cultural. Se me vienen también a la cabeza los tejedores, practicantes de un oficio que se aprende con la paciencia de los años y luego se ejerce en silencio, con tranquila sabiduría. Tejer, dicen, viene de unir, trenzar, entrelazar. ¿Conversamos acerca de generar unión en medio de la diversidad?, ¿hablamos del proceso de reparar los agujeros y rasgaduras de nuestro delicado entramado social? Retomemos esa colcha de retazos que es la ciudad y que, aunque a veces parece no cuadrar, al final toma forma en una hermosa expresión multicolor.
Promovamos más y mejor ciudadanía. Quien no teje desgarra. La indiferencia de la gente buena, que tanto preocupaba a Martin Luther King, hace mucho daño. A una sociedad la desgarran la parálisis ciudadana, la lejanía entre sectores y la mirada fría frente a los que sufren solitarios. También hacen daño quienes no son capaces de vencer su propia desconfianza, los que etiquetan por barrios, por oficios, por el odioso estrato, por el acento o el color de la piel. Demos a los medellinenses un empujón cariñoso para que despierten, se sientan incluidos, escuchados y, ante todo, para que recuerden que vivir es servir. Esta semana, en que nace Todos por Medellín como veeduría cívica y ciudadana, pensemos que necesitamos muchas más asociaciones de aquellas que describió Tocqueville en su Democracia en América, “en las que los ciudadanos dejan de estar aislados y se vuelven un poder que se ve desde lejos, cuyas actividades son ejemplares y cuyas palabras son tenidas en cuenta”.
Por supuesto, también hay que tender puentes, reconocernos mutuamente y sentarnos a conversar a pesar de las diferencias, entre quienes no compartimos enfoques, ideas o valores. El diálogo social es fundamental, urgente, sobre todo entre aquellos que se consideran inmorales entre sí. La agresión casi siempre destruye lo que pregona proteger. Debemos mantener el escepticismo ante nuestras propias convicciones y conclusiones. Los tejedores de ciudad eluden la polarización, saben que es un camino obvio y fácil pero peligroso. No podemos meternos en la trampa sin salida de definir al otro como nuestro enemigo.
Quizá podamos encender una luz si todos reconocemos que una ciudad es un tejido en el cual cada uno tiene valor, espacio y rol. Una idea que está bellamente expresada en la Declaración de interdependencia de la revolucionaria institución educativa, Singularity University: “Actuamos bajo el entendimiento de que somos dependientes unos de otros y, en consecuencia, mutuamente responsables de cada uno y de las futuras generaciones”.
Este mes se cumplieron 30 años de la creación de la Consejería para Medellín, ese espacio contundente en el que la ciudad se encontró para recoger los fragmentos de la hecatombe y, a partir de ellos, construir una ciudad viable, imperfecta seguro, pero viable. “Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”, escribió Borges, en un cuento llamado, precisamente, La trama. El pluralismo es el antídoto contra el populismo y el autoritarismo. Por eso, tal vez lo mejor de esta crisis sea que nos ofrece la afortunada oportunidad de retomar la conversación, de seguir los pasos de quienes en los 90 se sentaron en la misma mesa, a pesar del miedo y la desconfianza, a imaginar juntos la Medellín que asombró al mundo, la contradictoria e inspiradora urbe que habitamos, la nunca resuelta pero siempre en tránsito, la Medellín posible.
* Director de Comfama