Por David E. Santos Gómez
El largo camino hacia las presidenciales bolivianas llega a su fin este domingo. Luis Arce, candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) del expresidente Evo Morales, supera por cerca de diez puntos al expresidente Carlos Mesa y tras de ellos se enfila una serie de candidatos cuyo objetivo más claro es la oposición a Evo. El temor del masismo es que la fuerza no le alcance en esta jornada y tenga que ir a una segunda vuelta en la que el panorama para su candidato luce complicado.
Evo renunció a finales del 2019 tras presiones sociales, políticas e incluso militares por las polémicas elecciones generales de octubre que lo habían dejado ganador. Sus seguidores denunciaron un golpe de Estado y el mandatario, que gobernó el país por 13 años, salió en un avión refugiado a México y luego a Argentina. Desde entonces, Bolivia es un solo temblor, con la presidencia de una errática Jeanine Áñez, conservadora poco conocida que terminó de gobernante por el rebote de las circunstancias.
Desde Buenos Aires, Evo insiste en que, a pesar de los procesos judiciales en su contra, regresará a La Paz si Arce es elegido. Las urnas, en todo caso, parecen representar en esta votación no solo la elección de una nueva etapa boliviana sino una especie de referendo ciudadano sobre los años de gobierno de uno de los más fieles escuderos del Socialismo del Siglo XXI.
A diferencia del chavismo o de Rafael Correa, Evo contó en su época con aplausos repetidos por parte del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, por sus procesos económicos estables y de crecimiento. Políticamente, sin embargo, la historia revela sus manipulaciones del sistema legal en las que pretendió atornillarse al poder.
Ahora, con el conteo regresivo para que las papeletas definan el futuro del país, la tensión aumenta. Si el resultado no muestra un ganador claro, el ambiente se caldeará. Políticos y partidarios del MAS insisten en que se cocina un fraude. Del otro lado, la esperanza es unir las fuerzas para que Evo no regrese jamás. Entre una y otra esquina, las posturas son radicales y los discursos de sus líderes no pretenden apaciguar los temperamentos. Por el contrario, lo que dejan entrever unos y otros es que -si sus objetivos no son cumplidos- la batalla en las calles será su mejor opción.