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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

Publicado

Tercer pico: a castigar el contento

Por arturo guerrero

arturoguerreror@gmail.com

La Semana Santa dejó como herencia el tercer pico. Ya se sabía, se había advertido en todos los tonos. Hoy no hay Ucis que den abasto ni personal para operarlas. Este déficit no es lo más grave. Es más lamentable la condena del placer.

La Navidad había engendrado la segunda ola, así que la tercera tenía que ser hija del paseo, el bronceado en piscinas y mar, el relax después de la batalla. Era preciso castigar la felicidad desde antes de la felicidad. Así se castraría cualquier intento posterior de vivir la vida como un goce.

Hoy los depredadores lanzarán el consabido reproche: ¡Se lo había advertido! Torcerán la boca en rictus de satisfacción. Basan su bienestar en el malestar ajeno. Como ignoran los apetitos que llenan de vida la vida, necesitan clavar en la yugular de los vecinos el tóxico en que chapalean.

Consultarán el almanaque para pronosticar el cuarto embate del virus. ¡Ajá! mayo tiene dos festivos, junio dos puentes seguidos y vienen las vacaciones escolares de mitad de año. Es preciso sabotear estas posibilidades de asueto y diversión. Por fortuna hay argumentos: remember los muertos ocasionados por el fin de año, no olviden las cruces asfixiadas después de Semana Santa.

De esta manera se amarga el ceño de los inocentes que solo querían habitar el aire, bailar la fiesta del agua. Fecha tras fecha, contagio tras contagio, pánico tras pánico, la existencia se vuelve una cárcel entre casa y mil peligros en la calle. La gente es empujada a gastar los días tragando saliva amarga.

Como si la respiración honda no fortaleciera a manera de vacuna congénita. Como si el gusto de reírse en grupo no protegiera el organismo íntegro. Como si las fiestas clandestinas fueran eso, un delito, una maquinación de criminales a quienes la policía debe capturar.

A esto hemos llegado con el correr de la pandemia. A una sociedad que emplea el miedo como látigo y prohíbe la expansión por peligrosa. La ciudad es un convento de clausura que clausura la principal razón para subsistir sobre el planeta.

Es evidente que hay otras formas de combatir el bicho. Formas que no degraden la condición humana y hagan salir de adentro de la gente la más alta versión de cada cual. Herramientas que agranden el poder interno, en lugar de mutilar lo poco que va quedando de ganas de vivir

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