Por Agostinho J. Almeida
Mi primera discusión real y profunda sobre la muerte fue después de ver una adaptación de “Esperando a Godot” de Samuel Beckett (autor Irlandés del siglo XX) que mi hermana mayor me obligó a asistir cuando tenía 18 años. Los elementos absurdos en torno al sentido de la vida en esa obra, me fascinaron. Y discutimos, de forma emocionada, la posibilidad de que Godot fuera la muerte: ¿deberíamos simplemente esperar la muerte, un imperativo biológico, o enfrentar la vida sin preocuparnos sobre el significado de nuestra (in)existencia?
Hace unas semanas, la muerte surgió como tópico de conversación con mi hija de 12 años. A esa edad, como muy bien recuerdo, resulta difícil entender el toque de ironía que tiene la muerte. En su mente, sigue siendo una representación de algo maligno, la pérdida de lo que aún no ha vivido o de lo que tiene hoy en su vida. Traté de explicarle que es una de esas cosas que probablemente solo entenderá cuando tenga más madurez y lo viva de primera mano. Independientemente de la causa, le explicaba que la muerte siempre será una parte natural del ciclo de la vida. Cambiarlo significaría adaptarnos a una realidad humana muy distinta; y le conté de los avances de la medicina, la importancia de la investigación y de cómo por esa búsqueda incesante de los seres humanos en luchar contra la muerte, nuestra longevidad ha venido aumentando.
¿Y que si viviéramos para siempre, qué significaba eso para el planeta? En fin, traté sobre todo de inculcar la importancia de crecer y vivir con esa sensación de que la vida no es para siempre y que deberíamos aprovechar al máximo la improbabilidad de nuestra existencia; sin embargo, ojalá siempre desde el equilibrio en el entorno en que vivimos.
¿Y por qué discutir la muerte con ella? El tema surgió porque estábamos viendo las noticias sobre el cambio climático que ha causado estragos globalmente. Inundaciones, temperaturas extremas, incendios que han afectado la vida de las personas, provocando numerosas muertes en el mundo. Aunque algunas personas no creen en el cambio climático, la ciencia predijo esto hace décadas. Seguramente, son las mismas personas que no creen en la vacunación (no solo covid, las vacunas en general)... De todos modos, actualmente nos enfrentamos a las proyecciones más pesimistas realizadas hace años por científicos. Los países de todo el mundo están aumentando sus compromisos para alcanzar objetivos más ambiciosos para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero a 2030. En las últimas semanas, la Unión Europea ha estado trabajando para poner el clima en el centro de sus políticas públicas, asegurando que las regulaciones futuras apoyen estos objetivos, basados en evidencias científicas.
Mi hija finalmente me dijo: “Es decir, podemos hacer algo sobre el cambio climático y su impacto global mientras estamos vivos; pero la muerte, no importa lo que hagamos, siempre pasará y hasta es importante para el equilibrio de la vida y del planeta. La decisión sobre dónde colocar los esfuerzos me parece, entonces, bastante sencilla...”. Ajá, le dije yo, así de sencillo debería ser...